El pueblo griego vota contra el rescate y su Parlamento en Atenas aprueba el mismo plan de rescate que el pueblo había rechazado
Luis Fuenmayor Toro
Grecia, la cuna de la civilización occidental: de las ciencias y de la filosofía, de las artes y la arquitectura, se encuentra dos mil años después atrapada en una tragedia de la que no parece fácil salir, sobre todo porque sus supuestos amigos europeos se empeñan en hundirla cada vez más en beneficio de sus bancos y del capital financiero occidental. Grecia debe 360 mil millones de euros, que se sabe no tiene ni tendrá forma de pagar, y si se le asignan 86 mil millones de euros adicionales en préstamo para rescatarla, realmente la hundirán más en el océano de una deuda impagable. Ese dinero, además, no beneficiará en absoluto las capacidades griegas de superar la situación, sino que engrosará las finanzas de los bancos europeos. No se trata de rescatar a Grecia, se trata de rescatar a sus bancos, lo que prolongará la agonía de su pueblo. El actual gobierno de Syriza, con unos meses en el poder, lidia con un problema heredado.
Situaciones como la griega no son exclusivas del país helénico; en menor grado, aunque también muy serio, otros países europeos del mismo modo la sufren. Se trata de las economías más atrasadas y débiles, que se han endeudado hasta llegar a niveles donde se les hace difícil cumplir con los pagos debidos, por lo que tienen que reducir sus gastos a expensas de las inversiones sociales, situación que golpea directamente al pueblo reduciéndole de improviso y rápidamente sus condiciones de vida. En el caso más grave de Grecia otro camino es el de vender (privatizar) sus activos, lo cual deja al país totalmente imposibilitado para una eventual recuperación y desnudo ante las presiones y conjuras. Pero la situación griega se agrava al carecer de un programa alterno y de un liderazgo que tenga como principal objetivo los intereses de la nación y no sólo, como parece, el mantenimiento del poder político.
Su Primer Ministro, Alexis Tsipras, nombrado recientemente tras la victoria de su partido Syriza, izquierdista radical, en las elecciones legislativas griegas, se lanza en una campaña política de rechazo a las exigencias de los líderes de la Unión Europea, con un lenguaje confrontatorio y de denuncia, que rápidamente es asumido por una población angustiada y molesta por la situación crítica vivida, desde hace ya varios años, y sin perspectivas claras de mejorar en el futuro inmediato. En este escenario se produce el referéndum en el que los griegos se pronuncian contra las condiciones del rescate europeo, resultado que es tomado por los líderes financieros en Bruselas como un simple ruido demagógico y en absoluto atendido, como se merece una expresión de voluntad de todo un pueblo miembro de la unión. Uno se pregunta qué hubiera ocurrido si estos resultados se hubieran obtenido en Alemania o Francia.
La paradoja que se produce inmediatamente después es muy parecida a las que constantemente se producen en nuestra Venezuela casi todos los días. El pueblo griego vota contra el rescate y su Parlamento en Atenas aprueba el mismo plan de rescate que el pueblo había rechazado. Recordemos aquel referéndum venezolano donde el pueblo se manifestó claramente contra la reforma constitucional, pero en los años siguientes los poderes constitucionales se burlaron olímpicamente de esa soberana decisión y legislaron y actuaron en forma contraria a la voluntad popular. En el caso actual de Grecia, pareciera que no se tenía ningún programa alternativo a la propuesta de rescate de la Unión Europea, pues el propio Primer Ministro Tsipras abogó en el parlamento para que éste se pronunciara a favor del acuerdo, un acuerdo en el que él mismo no creía, como llegó a manifestarlo. El propio FMI ha dicho que toda Europa vive una ficción, pues la deuda griega es insostenible, nunca la podrán pagar.
El actual Ministro de Finanzas del gobierno griego, Yanis Varufakis, votó en el Parlamento contra la aceptación del acuerdo de rescate, ya que sabía muy bien que es imposible ayudar a un país muy endeudado haciéndolo endeudarse más. Sin embargo, sus salidas pasan por un cambio del modelo financiero europeo, cosa que sus bancos, verdaderos dueños de esta política, no van a realizar. Contrario a su discurso, y aquí reside parte del problema político, tuvieron que aceptar para evitar la catástrofe humanitaria que se les venía encima de no hacerlo. Hablar claro a los electores parece ser una recomendación más adecuada que hacer demagogia, más aún cuando no se es culpable del desastre.