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Cuestión de ideas, y de burocracia

La burguesía burocrática es un tema ideológico y de método de vida: hay que implicarla siempre con la vida del pueblo y con su trabajo, para que no genere ideología separada


Julián Rivas

El hombre lloró cuando vio el Río Orinoco. Nunca imaginó que existiera algo parecido. Curtido por las largas guerras del Líbano, templado en su carácter tras las muertes de su padre y su hermano a la entrada de Trípoli, un inexpresable sentimiento lo invadió cuando vio ese río que es Venezuela.

Ese momento lo rememoró el muchacho a quien conocí junto a su padre una mañana de mayo en Beirut. Se aparecieron en la embajada de Venezuela en Líbano, adonde estamos de visita. Y tras una llamada a un sirio-venezolano, acordamos encontrarnos para ir a las afueras de la ciudad. Eso fue una mañana de mayo de 2013. Ya habíamos pasado una semana en Siria, en una gira organizada por la Unión Sirio Venezolana, con un grupo de periodistas latinoamericanos, entre los que me encontraba, para conocer la realidad de la agresión contra Siria. Fue una rica experiencia en medio del Damasco de trincheras y barricadas, puntos de control, donde la gente intentaba vivir su vida rescatando la tranquilidad en medio de la guerra, con metralleos y cañoneos, que venían de kilómetros cercanos.

Yo recuerdo esto porque es significativo, al menos para mí. Terrible son estas guerras de agresión preparadas por los centros de inteligencia y de juegos de guerra del mundo norte. Los venezolanos no tenemos conciencia de lo que vale nuestro país, unos por ignorancia y otros por irresponsables. Algunos hasta lo quieren rematar, entregarlo a Estados Unidos, al sionismo, a la oligarquía colombiana. O simplemente vivir de él. Es Venezuela. Debemos hacer un duro esfuerzo por reducir las amenazas y salvarla. No olvidemos el buen gobierno y que nos debemos a las masas populares.

El padre del muchacho era de origen libanés. Una herencia lo hizo devolver al Líbano tras décadas de ausencia. Ahora va y viene. El viejo habla un español con fuerte acento del oriente venezolano. Es de esas familias llegadas de lejos que hizo fortuna en Venezuela. Su hijo, de madre venezolana, no habla árabe y cuesta distinguir en él el origen paterno.

Salimos de Beirut, de las recuperadas zonas donde se sintió con crudeza la larga guerra. Todavía habían huellas de las profundas heridas, alguna huella de bala se distinguía en varios edificios.

Viajamos al norte. Pasamos Junieh, zona cristiana, Biblos, y llegamos a las oficinas del hombre del que luego me entere que lloró ante el Orinoco. Tiene una excelente posición económica, pero su carta de presentación es simple: soy comunista.

Además del viejo, el muchacho y yo, en el grupo estaba un famoso periodista argentino mexicano, Santiago Fourcade, corresponsal de guerra, de esos que se apasiona con los disparos, sin miedo. Durante más de dos semanas de viaje nos hicimos amigos. Muy culto, había estado en la guerra de Libia en 2011, en Benghazzi. Tiene un sabio conocimiento de los problemas de México, donde vive. Me hablaba horas sobre estos asuntos latinoamericanos, de Argentina, Paraguay, Bolivia. Muy bien.

Habíamos cambiado de carro. Estábamos en una camioneta del comunista. Uno de atrevido. Le pregunte al hombre sobre a qué comunismo se refiere, si al prosoviético. Yes, me dijo. No sé por qué recordé a Alí Primera con aquello de al carajo Breznev, me resteo con Mao. Y como íbamos con animo alegre, le dije: Better Mao. Y me gritó: ¡Maoist!

Trípoli quiere decir tres ciudades. Se nota la influencia de los griegos. Polis, ciudad. Por lo general, puerto, centro y zona alta. Así es este Trípoli del Líbano, como lo es la Trípoli capital de Libia.

El comunista nos llevó a la redoma de la entrada de Trípoli donde murieron su padre y su hermano. Luego enfiló a la calle Siria, muy agitada esos días debido a los choques entre fanáticos takfiries, sunitas, y los alauitas. Había grandes fotos de mártires, caídos en combate, huellas de enfrentamientos y un ambiente tenso.

El Ejército libanes controlaba la calle principal. Viejos camiones verde oliva estaban estacionados al lado de puntos de control. El argentino tenía una curiosidad por reportar esta pequeña guerra que sin duda era prueba de laboratorio de lo que ocurría en Siria. Y a medida que nos acercábamos a la zona alauita aparecían banderas sirias, fotos del presidente Al Assad, y fotos de otros mártires.

El argentino tercamente insistía en tomar fotos, sin discreción. Su cámara parecía una metralleta. Subíamos una cuesta. La gente estaba en sus negocios. Pocos clientes. De repente una motoneta nos adelantó. Luego otra. Y otra. Veinte, treinta, cuarenta personas nos rodearon. Era una unidad de reacción rápida de los alauitas.

El comunista bajó del carro, discutía fuertemente con el grupo. Sacó un carnet. Les hizo ver que eran aliados. Sin embargo, el grupo insistía en que debíamos ir a algún sitio, que había que revisar la cámara. Esto lo traducía el viejo. No habíamos salido de la camioneta. Solo el comunista lidiaba con decenas de alauitas. Se percibía que muchos de ellos tenían hierros guardados. Las armas son garantía de vida hasta en este pequeño teatro de operaciones del encendido Medio Oriente.

El argentino era suma de pena con nosotros y temor por su cámara. Pero estaba orgulloso de su trabajo. Yo veía desde una ventana. De repente un muchacho se me acercó, me escrutaba. Gritó fuerte en árabe mientras me apuntaba. El viejo dijo: ¡Ah carajo!. Luego tradujo: Dice que te vio en la televisión siria, que fuiste entrevistado varias veces.

Una lluvia de manos intentaba saludarme. Nos salvamos, dijo el viejo. Siguió traduciendo: Que podíamos tomar todas las fotos que se nos antojara, que si queríamos té, café árabe, dulce. ¡Este salió en la televisión de Damasco!

Recuerdo esto a propósito de mi anterior nota “Lecciones del Presidente Mao”. Un amigo español, catalán, árabe sirio, me escribió:

La verdad es que sí: Mao es extraordinariamente aplicable a la realidad venezolana actual y a sus contradicciones. Para empezar, Mao nos dice que la supuesta economía de producción socialista no existe. El Estado socialista es un aparato político, pero que rige una economía fundamentada en el uso y producción de capitales hasta llegar al comunismo. Por eso es que nos dice que el peor enemigo de un proceso de revolución no está en la burguesía económica despojada de su propiedad individual o accionarial, y de sus mercados, sino que el enemigo principal está entre los cuadros del Estado, que degeneran en burguesía burocrática si la ideología de transformación no preside el ejercicio de sus funciones. En tal mismo sentido, la supuesta dicotomía burocracia si o no, es ociosa. Es necesaria la burocracia precisamente porque debe gestionarse un proceso de descentralización de capitales que el pueblo, en sus comunas, transforma en fuerzas productivas sociales. La cuestión de la burguesía burocrática es una cuestión ideológica y de método de vida: hay que implicarla siempre con la vida del pueblo y con su trabajo, para que no genere ideología separada. Hablamos de todo esto cuando usted pueda. Un fuerte abrazo.