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Corrupción y narcotráfico en la dictadura castrochavista

Dólares

Puede que en Venezuela millones de personas padezcan por conseguir un kilo de harina pan, arroz o carne, pero los que no faltan son los “ricos y famosos” de la revolución


Manuel Malaver

No creo que la idea original de los fundadores del “Socialismo del Siglo XXI” fuera devenir en una tendencia “narcosocialista” pura y simple, sino que, encontrándose con el problema central de todo socialismo, como es su improductividad, pues optaron o bien por sobrevivir con las exportaciones de materias primas, o tomar los caminos verdes de actividades ilícitas tipo narcotráfico que, en el caso de la producción y exportación de cocaína, genera ingresos astronómicos, exponenciales e incontrolables.

En los últimos años, y como consecuencia de la irrupción en América Latina de la corriente que se autobautizó como “neosocialista”, se hizo habitual entre expertos y académicos volver al tema de la “inmoralidad” o “inmoralismo” como marca de fábrica de la ética socialista, pero reduciéndolo al ámbito puramente político, siendo que, es ciertamente en “lo económico”, donde se bate el cobre en cuanto a las transgresiones en una esfera que es, o debería ser, profundamente moral.

Los finales del siglo XX a estos efectos venían de perla, ya que, emergiendo entre los 70 y los 80 en Colombia el tráfico de cocaína como una suerte de “oro blanco” que pronto redujo el atractivo de la actividad cafetalera, textilera y minera, entonces, los carteles de Cali y Medellín, y de otras regiones, empezaron a horadar la economía, a licuar el Estado, al extremo de hacerlos narcodependientes o, por lo menos, complacientes con sus ilicitudes.

Hacia la órbita de la narcoeconomía y la narcopolítica giraron también los grupos guerrilleros de las FARC y el ELN, los cuales, de organizaciones subversivas que sobrevivían con los ingresos que les suministraban medianas y pequeñas empresas rurales, los cobros de impuestos y los secuestros extorsivos, pasaron a percibir colosales cantidades en dólares por servicios de vigilancia y protección a las actividades de los carteles que, en poco tiempo, les permitieron pagar a sus reclutas y oficiales, sueldos que cuatriplicaban a los del Ejercito regular..

A finales de los 80, y comienzos de los 90, lo que ya se conocía como la “narcoguerrilla” (carteles más guerrillas) hicieron su apuesta final por doblar o tomar al Estado colombiano, con el resultado de que, después de casi dos años de sangrientos y pavorosos enfrentamientos, cayeron los carteles y sus jefes, así como los ingresos de las FARC y el ELN que fueron decisivos para que, el gobierno de Álvaro Uribe, ya entrado el nuevo siglo, casi los llevara al aniquilamiento.

Pero el final del auge y caída del narcotráfico, y sus aliados guerrilleros, no resultaría tan simple ni previsible, si tomamos en cuenta que, el 4 de febrero de 1992, un grupo de militares de izquierda -de los residuos de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética-irrumpe contra el gobierno “neoliberal” de Carlos Andrés Pérez en Venezuela, y que, si bien es derrotado, en la vía hacia la toma del poder, se transforma en un partido electorero y democrático que, ganó las elecciones presidenciales del 1998 y llevó a la primera magistratura a su líder, el teniente coronel, Hugo Chávez.

El exgolpista es un hábil demagogo con una ambición desmesurada que, a su vez, ha hecho las lecturas pertinentes de los aliados y adversarios con que contaría en su sueño de restaurar el socialismo stalinista en Venezuela, América y el mundo y, por supuesto, que Cuba y la narcoguerrilla colombiana están entre los primeros y, Estados Unidos y los partidos democráticos venezolanos, entre los segundos.

Es fácil proveerse de los datos que confirman la conversión de Fidel y Raúl Castro en los aliados fundamentales de la revolución que después se llamó castrochavista, pero en lo referente a sus primeros contactos y relaciones con la FARC y el ELN, y sus socios, los remanentes de los carteles colombianos de la cocaína, la información es más escasa, opaca y no siempre confiable.

En este contexto, surge un nombre fundamental, el del capitán Ramón Rodríguez Chacín, que fue ministro del Interior y ahora gobernador del Estado Guárico y quien teje, junto al difunto comandante, Raúl Reyes, la alianza de hierro, Chávez-Marulanda.

Lo cierto es que, el mismo año que Chávez llega a Miraflores, declara la neutralidad de su gobierno en el conflicto entre el liderazgo político y militar neogranadino y los grupos guerrilleros y prohíbe la circulación del transporte transfronterizo que por, acuerdos de la Comunidad Andina de Naciones, CAM, trataba de poner fin a las trabas aduaneras entre los países andinos.

Pero el advenimiento de la neutralidad y el fin del transporte transfronterizo, trae consecuencias políticas cismáticas, como es la conversión de Venezuela en un territorio de alivio, y hasta de complementariedad de las operaciones de las FARC, así como en un reemplazo de los puertos y aeropuertos colombianos, por el que, diariamente, entran y salen de Venezuela, cientos de toneladas de cocaína al Caribe, los Estados Unidos y Europa.

Resumiendo, creo que la historia económica de la llamada revolución castrochavista o del “Socialismo del Siglo XXI” puede resumirse en tres etapas o fases perfectamente diferenciadas y codificables:

1.- Una primera que avanza de 1999 al 2004, en que la economía se mantiene con los precios bajos del petróleo y los recursos que empiezan a llegar vía el narcotráfico.

2.- Ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008) con oleadas de petrodólares que, en ascenso de 1, 2 y hasta 3 dólares diarios el barril, proporcionan los ingresos para exportar la revolución y crear las sucursales o franquicias de Nicaragua, Ecuador y Bolivia y con ayudas, igual de gigantescas, a aliados populistas como Brasil y Argentina.

3.- Fin del ciclo alcista, y vuelta a la economía de bajos precios del crudo, que, unida a la quiebra de la estatal petrolera, PDVSA, más el colapso del aparato productivo interno por políticas económicas socialistas como las expropiaciones y las invasiones, sitúan al país en el drama de todos los socialismos: desabastecimiento cercano a la hambruna, inflación de tres dígitos que vuela a la hiperinflación, una cotización del dólar que pulveriza la moneda nacional y una pérdida del valor total de la economía que llega a colocarse a menos de la mitad de como lo encontró la revolución.

Pero, tan dramática como la bancarrota de la economía, es la bancarrota de los derechos políticos individuales, así como de los derechos humanos, cada día más constreñidos a rendirse ante el poder omnipotente de un Estado que, en este momento, es el que tiene más presos políticos en el mundo occidental, reprime brutalmente las manifestaciones populares y auspicia la actuación de bandas de civiles armados que disparan contra opositores como en los mejores tiempos de las “Camisas Pardas” de Hitler, o las “Brigadas del Terror” de la KGB.

Pero eso, en cuanto a lo nacional, porque en lo internacional, no hay un solo día en que no aparezca un escándalo de corruptelas, narcotráfico y blanqueo de capitales y con participación, o en comandita, de altos funcionarios chavistas con socios o relacionados de la causa.

Hace una semana, prestigiosos medios impresos de Estados Unidos, como “The Wall Street Journal” y “The New York Times”, anunciaban que el “Departamento del Tesoro” de ese país, había empezado una investigación contra el expresidente de Pdvsa, Rafael Ramírez, y otros funcionarios del gobierno de Maduro, por la destrucción de la estatal y la desaparición de no menos de 12.000 millones de dólares.

Pero hace tres meses, autoridades financieras de Estados Unidos y España acusaban a funcionarios venezolanos de depositar ilegalmente hasta 8.000 millones de dólares distraídos de la tesorería de PDVSA y con la finalidad de ser transferidos a empresas de las mafias rusas, y grupos terroristas de Irán, Líbano y Siria.

El banco HBSC, también, había sido denunciado a comienzos de año de tener cuentas de funcionarios venezolanos con fines de blanqueo y Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba hacen también parte de la red en que narcotráfico, blanqueo y lavado cuentan la historia de cómo dos billones de dólares, productos del ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008), ruedan por el mundo con la misma pestilencia de los “diamantes de sangre” que enrojecen al Congo y otros países africanos.

Puede que en Venezuela millones de personas padezcan por conseguir un kilo de harina pan, arroz, pasta o carne que les proporcionan los monopolios estatales, o que niños y ancianos mueran por falta de medicinas, o material médico-quirúrgico, pero los que no faltan son los “ricos y famosos” de la revolución que todos los días se exhiben en los principales eventos de “la socialité”.