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Maduro y el aullido de los moribundos

Nicolás Maduro

Tiene que irse Maduro, tiene que regresar a su casa, tierra o pertenencia de origen, porque los venezolanos, literalmente, ya lo echaron


Manuel Malaver

El jueves pasado -24 aniversario del nefasto 4 de febrero del 92- Maduro prorrumpió en aullidos frente a unos pocos seguidores que logró reunir frente al Palacio de Miraflores. “Me declaro en rebeldía” farfulló “y me preparo a impedir por las buenas o por las malas que la oposición tome el poder… ¿El pueblo va a permitir que la oligarquía, que ganó la Asamblea Nacional por la confusión de un sector de nuestro pueblo, tome el poder político en Miraflores?”. En otras palabras que “el presidente del mientras tanto” (Henrique Capriles dixit) piensa que 7.707.424 electores que votaron contra sus candidatos en las elecciones parlamentarias del 6D, y los 13 o 14 millones que sufragarán contra él en el “Referendo Revocatorio” que, cual boa constrictor, lo asfixia por los cuatro costados, están confundidos, despistados, equivocados, y él, el Inspector, Comisario o Agente Maduro es el dueño de la verdad. Casi sin querer se me agita en la memoria la frase de Shakespeare en el Acto V, Esc V, de Macbeth : “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia que no significan nada”. O mejor aquella de la Esc III, del mismo acto: “Búsquenlo ahora que sus asesinatos secretos le atan las manos, que las revueltas que se suceden de minuto en minuto le reprochan su mala fe… Búsquenlo ahora, en fin, que su dignidad real flota alrededor de él como el manto de un gigante que hubiese robado un enano”. Pero Maduro no es Macbeth, quien al fin y al cabo era un bravo guerrero que se batió y distinguió en las guerras de la Escocia medioeval contra los invasores noruegos, en cambio que, el “hombre de los aullidos”, no viene de ninguna parte, no tiene nombre, profesión o educación confiables y sus guerras no han sido otras que las de la adulancia, el trucaje, la estafa y la abyección. De ahí que dude que, no un Shakespeare redivivo, sino un escritor que se precie de tal -y brille por su arte y encanto-, se ocupe de contar su tragedia, a menos que sean ases especializados en investigaciones criminales como Leonardo Padura, Arturo Pérez-Reverter y Svetlana Alexievich, y se atrevan a contar el horror de cómo gobiernos, partidos y líderes de un subcontinente llamado Suramérica se aliaron a una pandilla de pícaros para desvalijar las riquezas de la infortunada Venezuela. Pero una Lady Macbeth tropical ronda por ahí, quizá más original e intrigante que su alocado esposo, tan ambiciosa, audaz y solapada como la modélica, experta en mover marionetas y quizá el centro, núcleo o causa real de que 28 millones venezolanos duden hoy de que una élite de civiles y militares fuera de ley, respeten el mandato constitucional que establece que están obligados a detener la destrucción de Venezuela e irse a sus casas sin agregarle el horror de la guerra civil a un país donde ya casi no queda nada que destruir. Porque, de eso se trata señor Maduro: de salvar o hacerse cómplice de la destrucción de la heredad que nos legaron los Padres Fundadores de Venezuela, y de que usted, cuando no está repartiéndola entre compinches que solo piensan en sus intereses personales o los de sus países, pues procede a engullírsela poco a poco, pedacito tras pedacito. De modo que, tiene que irse Maduro, tiene que regresar a su casa, tierra o pertenencia de origen, porque los venezolanos, literalmente, ya lo echaron, le enseñaron el camino de vuelta, le dieron ticket de autobús, barco o avión sin retorno –¡imagínese en una Venezuela donde cuesta tanto encontrarlos!- y aprovéchelos, porque si no, se expone a la cárcel, el manicomio, el exilio o males peores. Y el consejo vale también para la cúpula de civiles y militares que se empeña, no solo en acompañarlo al cementerio sino en enterrarse con usted, como si hubiera una razón sobre la tierra para que, el peor engendro que ha creado el hombre, el socialismo, y el peor gobierno que conoce nuestra historia, el de Maduro, pudieran persistir por otra cosa que no sea el capricho, la banalidad y la impostura de unos apocalípticos y desintegrados. Y si lo dudan, bajen por un instante las ventanas de sus 4×4, Hummer, BMW, Mercedes, Audi o Ferrari, para que vean el espectáculo de cientos de miles de venezolanos apretujándose en colas para procurarse unos pocos alimentos, o medicinas que no hay, o artículos de limpieza personal que tampoco encuentran, o el pronóstico de que aun no hemos llegado a los peor, porque está cerca el tiempo en que no habrá nada. Pero desde las mansiones que la “casta roja” ocupa en las que fueron las zonas exclusivas de Caracas, y ciudades del interior, en la época anterior al socialismo, si los nuevos ricos se asoman a las ventanas y corren las cortinas, también podrán seguir espectáculos y escenarios dignos del mejor Tarantino o Robert Rodríguez, porque la metralla cruje en los cerros cercanos, muertos y heridos pasan en ambulancia o carros particulares y la violencia y la muerte es otro segregado de esta adicción por la nada, lo inmaterial y lo intangible que llaman “revolución”. Es el mundo de los pranes (o la “pranificación” del país, como apuntaba recientemente la socióloga, Colette Capriles) en referencia a un tipo de delincuente o criminal que opera desde las cárceles, y validos de la más alta tecnología, controlan mafias, ejecutan secuestros, cobran vacunas o impuestos y acumulaban fortunas que solo se comparan a las que reúnen los altos funcionarios, socios y relacionados de la más alta corrupción. ¿Quiénes son, cómo se llaman, quiénes los protegen y quienes les suministran las armas de guerra que usan para someter al pueblo? Pues el imposible Maduro y sus adláteres de todos los géneros y linajes, jefes de un estado forajido y fallido y que ven en los “pranes” los aliados ideales para reprimir sin dar la cara, integrar las huestes que presuntamente combatirán el “golpe derechista” o “la invasión yanqui e imperialista” y se unen a otros irregulares como los “Colectivos” o la “Guardia del Pueblo” para mantener a raya a opositores y demás disidentes. “El Picure”, “El Conejo”, “El Buñuelo”. “Manuel Chevrolet”, “El Pequeño Juan” y otros son nombres enclavados en el inconsciente colectivo venezolano y, básicamente, porque con prontuarios del terror, entran y salen de las cárceles como Juan por su casa, viajan al exterior con pasaportes diplomáticos y tienen laboratorios en sus calabozos donde se procesan drogas artificiales. Hace tres días cayó en un barrio de Caracas “El Buñuelo”, un azote de 30 años con 30 crímenes y dos indultos por “Buena Conducta” y “El Conejo” fue despedido por miembros de su banda desde una cárcel de Margarita con una salva de disparos con armas de guerra que todo el mundo sabe son extraídos de los arsenales del Ejército. Y a nombre de este submundo, de tamaños asesinos, criminales y fuera de ley, de la delincuencia organizada y desorganizada (hampa común) , de procesadores de drogas, contrabandistas y narcotraficantes llama Maduro a resistir la ley, la voluntad popular, la decisión del pueblo venezolano de poner fin a la destrucción del país, recuperar la economía y volver a colocar a Venezuela en el sitial que jamás debió abandonar por seguir caudillos, demagogos e irresponsables. Y me pregunto: ¿Los sectores sanos y patrióticos del PSUV (que los hay), la mayoría de la FAN irrestrictamente con la Constitución y las Leyes, las instituciones del Poder Público, y alcaldes y gobernadores honestos van a permitir que un “hombre de ninguna parte” los arrastre al desastre moral y todo porque quiere complacer a una minipotencia de la ruina, la miseria y la desigualdad que aplica una venganza histórica contra Venezuela y los venezolanos? Creo que no, apuesto que no y desde aquí apoyo a la Asamblea Nacional, a su presidente, Henry Ramos Allup, a sus diputados, a los líderes opositores Henrique Capriles, Antonio Ledezma, Leopoldo López, María Corina Machado, Julio Borges, Manuel Rosales y tantos otros que tanto han hecho para poner fin al horror que casi nos hace perder a Venezuela.