El proletariado hondo y profundo, perfecta víctima propiciatoria
Tamer Sarkis Fernández
Estallaron varios explosivos en un tren cuya ruta atravesaba el mundo obrero de la conurbación madrileña antes de desembocar en la estación de Atocha. Los pasajeros asesinados conformaban la víctima propiciatoria ideal para coaligar sentimientos masivos y voluntades entorno a una idea de Rechazo y al tiempo entorno a un triple ideal de Protección, Unitarismo y auto-distinción respecto de “lo Otro”; respecto “de la Barbarie oriunda de extramuros internacionales”.
Los pasajeros de esa línea ferroviaria eran trabajadores. Pero no simples trabajadores, sino proletarios. Y no meros proletarios, sino personas integrantes de las capas más depauperadas, precarias, apuradas, del extrarradio. De ésas que cumplen superjornadas por minisueldos que ya quisieran de 900 euros y comparten cuchitriles en turbias periferias adjuntas a la megalópolis que se los traga cada mañana a hora intempestiva. Se trataba de los pobres entre los pobres. De los “desgraciados sociales” bajo la cotidianeidad. Ahora encima eran quebrados abruptamente por la desgracia/relámpago planificada, cuya noticia televisiva puso en marcha al instante la compasión de todos los sectores sociales; tal vez hasta un halo de culpabilidad en el inconsciente colectivo (“pobrecitos pobres”) contribuía silencioso a armar la Pena empática.
Una de las figuras directrices de toda investigación criminológica es el qui bono (“¿quién se beneficia del suceso?”). Sea quien fuere, el beneficiario se había fijado en el proletariado hondo y profundo; ése del que dice Marx que acopia, resume y sintetiza en su ser social todas las miserias y contradicciones del capitalismo y de las anteriores sociedades de clase, fluyentes –metamorfoseadas- en el crisol sintético capitalista. Muchos de los proletarios asesinados en Atocha eran proletarios migrantes, quienes habían trepado por no caer en el pozo sin fondo que el imperialismo excava en la médula de las regiones semi-feudales, y que, “paradoja”, acabaron apisonados por la gravedad del agujero negro a cargo de la macro-estrategia terrorista del propio imperialismo.
No nos engañemos: albergamos gran “bondad” pero si el blanco del atentado hubiera sido un edificio funcionarial, o cuadros laborales medios-altos bailando la conga en un crucero, o un boulevard comercial pintado de boutiques, la sensibilización de masas no habría sido la que fue. Pues Aznar formaba parte del trío genocida en Iraq y en no pocas conversaciones ciudadanas flotaba la duda (“¿y si nos contragolpearan aquí?”). Hipótesis ante la que –sobre todo entre ciertos sectores poblacionales- se respondía: “En tal caso, la respuesta no dejaría de ser lógica y hasta justificada. No van a ser ellos los que siempre paguen todo. La posición española nos arrastra también a nosotros a una espiral impredecible”. Por eso les fue preciso a los artífices elegir una víctima pura, paria entre parias y, en un notable %, procedente de países no alineados con la agresión imperialista a Iraq.
Recuerdos a contracorriente
Recuerdo los ríos humanos a que dio lugar la masacre en días sucesivos, donde desembocaban obreros junto a empresarios, banqueros con jubilados, jefes con empleados, Cuadros de gerencia con subordinados, la fuerza de trabajo de la mano de sus vendedores sindicales de Estado, políticos belicistas con pacíficos votantes. Opresores y oprimidos. El Pueblo fichado para secuencia delespectáculo. Corporativismo puro y duro. A los tres días, la participación electoral fue, de muchos puntos, superior a lo previsto tan sólo una semana atrás. La galopante desafección hacia el circo parlamentario y su mismidad se tornaba, de la noche a la mañana, un setenta y tantos % de concurrencia a urnas. “La participación ganó la batalla a la abstención” y, colorín colorado, “triunfó la democracia”.
Recuerdo mi trabajo de precario en un orwelliano edificio de la universidad y las llamadas de la jefa a salir todos a la plaza en concentración colectiva. Los murmullos de los trabajadores (“Això no ho ha fet la ETA. La ETA són uns bésties, però no tant”; “Esto han sido los islamistas”). Recuerdo las prontas declaraciones emitidas de Ibarretxe: “Quienes han hecho esto, no son vascos”. Y las de Otegui: “Esta matanza carece de todo sentido y justificación. La condenamos sin paliativos”.
Recuerdo cómo me costó nadar contracorriente y decir abiertamente en el entorno laboral que yo no bajaba a la plaza con los demás, justo por mi profundo respecto a los proletarios, compañeros de clase social, víctimas del atentado. Recuerdo las miradas de reproche. La infamia. Y mi intento por mantener la templanza mientras no podía ni siquiera plantearme comunicar que el proletariado, además de cornudo, no puede resignarse a ser también apaleao. Que no podemos seguir participando cual payaso en un guión escrito por otros y que nos reserva un doble personaje víctima: de ellos y de nuestra propia ceguera.
Recuerdo las miradas al verme permanecer en la sala de trabajo, que transpiraban el típico desconocimiento de la pluralidad del Mundo Árabe y de su compleja sociología y religiosidad: “Normal: este tío es un moro islamista; está con ellos”. Me recuerdo en el trabajo como en una pesadilla kafkiana.
Recuerdo a crédulos compañeros anarquistas participando de la plaza codo a codo con la cínicamente llamada “comunidad universitaria”. Al hablar con ellos, me decían que sí; que “esto lo han hecho fundamentalistas por lo de Iraq”, y me recuerdo a mí mismo preguntándoles qué tenía que ver el panarabista y laico Saddam con al-Qaeda: ¡pero si los islamistas odian el baazismo!. Y es que, en el fondo, así acababa la población por acudir al redil diagnóstico formulado por Bush y adláteres: “El Régimen iraquí está apoyando y dando cobertura a al-Qaeda”.
Recuerdo cómo se dio un vuelco fulgurante a las expectativas electorales: ganó Zapatero, evaporando en horas una victoria de Aznar que parecía segura hasta aquel sangriento punto de disrupción. Recuerdo la mezquinad del PP, tercamente aferrado a su propaganda de rentabilidad particular (“Ha sido ETA”). Recuerdo la ruindad del PSOE (“Todo indica que los autores han podido ser células pertenecientes al terrorismo islámico”), cuando ZP y los suyos conocían el euroalemán entramado de Inteligencia subyacente.
Economía Política de un atentado de Terror imperialista. Siete razones:
1ª. Hace décadas, a la salida de la reunión germano-española en Hendaya, declaró Hitler de Franco “¡ese hombre es un dolor de muelas!”, refiriéndose a la falta de sintonía para una implicación militar española en la guerra europea. Más de sesenta años después, el Canciller alemán Herbert Schroeder efectuaba las siguientes declaraciones: “Aznar es peor que un dolor de muelas”. Más allá de la coincidencia de formas expresivas y de su prestación a juegos de analogías, lo cierto es que Aznar traía muy cabreada a la gran “Potencia Central” germana, quien jamás había renunciado a culminar una Mittel-Europa más o menos directamente catalizadora del potencial francés en una racionalidad continental.
Poco tiempo después Aznar cabrearía también a los propios franceses, quienes acaparaban el grueso de concesiones de prospección petrolífera en Iraq, y quienes veían al Imperio contra-atacar con Bush a la cabeza y con las Azores de monaguillos, quitando de en medio a un Saddam que había sido presentado por Jacques Chirac ante Europa como “mi amigo personal”. La cínicamente llamada “segunda guerra de Iraq” fue, más que un desastre, el acabose de PETRONOR (petrolera gala) en favor de los monopolios anglosajones. No por casualidad, los preparadores de la calle repartían banderas de la UE entre aquellas multitudes del “No a la guerra”, mientras invocaban “los valores europeos, la civilidad a recuperar, otras relaciones entre los pueblos…, frente al salvaje Oeste y su camarilla de cowboys”.
2ª. La Europa central en construcción requería a España de recadero con Latinoamérica; de cabeza de puente comercial para competir con los Estados Unidos por cuotas de mercado en un subcontinente todavía patio trasero del tío Sam y su doctrina Monroe. Por medio de la unificación monetaria, Alemania se había quitado de encima el lastre que para sus exportaciones representaba la extraordinaria disparidad de Valor entre Marco alemán y monedas terceras europeas. Pero el reverso simétrico, la cruz, de la nueva moneda era su “fortaleza de Valor relativo” cara a mercados internacionales, desbalance que inhibía la compra. Si el Eje franco-alemán aspiraba a abrirse paso en Latinoamérica, tendría que ser enlazando con el Estado de una oligarquía –la española-, ya semi-asentada por lazos centenarios históricos, particulares nexos diplomáticos, comercio jamás interrumpido, propiedades conjuntas e inversiones compartidas, parentivos, consanguineidades de negocio, etc.
Sin embargo, Aznar había dejado en la estacada a los continentales, renunciando a su vocación de gran Agente mercantil e inversionista de sus monopolios, para correr a las faldas de Bush a hacerle de bufón. Ello a cambio de hallar sombra unilateral para España bajo el sol de un imperio que no era ya el de Felipe II, sino el de Chevron y los Investment Funds neoyorquinos que concentran plusvalías lanzando y recogiendo su caña el FMI.
3ª. Con su atlantismo desaforado, Aznar había contribuido –como comparsa, claro está- a poner el sello de entierro a los últimos residuos que le quedaban a la vieja esperanza alemana por dejar de ser un “gusano militar”. En alianza con el neo-gaullismo francés, los alemanes intentaron resucitar el espíritu de lo que había sido la Unión Europea Occidental (UEO) a través del proyecto de “euro-ejército”. Fundando el germen de una organización militar “paralela” al atlantismo (en realidad, consonante y aliada), los continentales aspiraban a contrabalancear un poco la correlación de fuerzas en el seno de la OTAN. Ello no con vistas a erosionarla; sino con vistas a ser un lobby de fracción que presionara a favor del Continente a la hora de definir la división interestatal del trabajo militar o a la hora de priorizar destinaciones “de paz e intervención”, así como a la hora de repartirse el botín de plusvalías, factores productivos y capitales circulantes expoliados.
4ª. Mientras, al otro lado del Atlántico, y aunque parezca contradictorio, Aznar empezó a caerles gordo también a fracciones particulares de la mismísima clase dominante USA y de sus representantes en política. Lo de Aznar era ya un idilio “personal” con Bush y, en tal medida, con las fracciones monopólicas de Estado vehiculadas a través de la camarilla neo-puritana del A New Contract With America. El Imperio requiere de bufones, sicarios y cipayos leales al Estado imperialen sí, es decir, al bloque dominante de clase que en su conjunto se organiza políticamente como Estado. El desequilibrio entorno a filias de petit comité es el comportamiento político “natural” para el extraordinario contexto español, donde, a día de hoy, la oligarquía financiera y monopolista sigue dividida en dos mitades (Santander vs. BBVA y Banco Popular, Iberdrola vs. Unión Fenosa, Abertis vs. FCC…) aún no unificadas en el plano económico y enfrentada en el plano político, a matar si hace falta. Pero esos particularismos son disfuncionales al Imperio: él necesita a sus títeres no en calidad de Egos políticos, sino en tanto que estándares intercambiables. Versátiles a no importa qué dentro del Super Ego articulador de fracciones que la Potencia administrativa es.
5ª. Aznar había ido convirtiéndose en delfín para el florecimiento y arraigo de una nomenklatura casposa con aires de personaje serial en Torrente, que había amasado Capital con la compra de acciones por ejemplo de la privatizada energética y de constructoras cotizantes al alza, y que re-invertía acto seguido en abrir negocios de mayor “proximidad”; o cuya acumulación partía de favoritismos en contratas urbanísticas, compraventa solar, especulación, parques de ocio; o que había invertido en el sector agroalimentario de exportación por ejemplo a Latinoamérica (con permiso del Great Leader); etc. Ese particularismo había colocado la mosca en la oreja de una oligarquía española clásica que en su escalada latinoamericana dependía de las co-inversiones europeas (el 75% de los dividendos del IBEX-35 viaja al exterior). A su vez, se trata de una oligarquía dependiente de las finanzas europeas (Paribas, Deutsche Bank, Credit Suisse, BCE…) para re-capitalizarse, fondos que le exigen cumplir con su función de neck-lace y “carta de presentación” entre Latinoamérica y las propias ampliaciones europeas de mercados.
6ª. ZP llevaba tiempo, ya antes de la campaña electoral, repitiendo “su” idea de “alianza de civilizaciones”. “Frente al choque de civilizaciones, su alianza”, decía, en una propuesta que fue vista por muchos como puro idealismo happy-“izquierdista” y cumba sesentero. Incluso un Filósofo español acuñó el apelativo de “pensamiento Alicia” para satirizar sobre el aparente “buenismo”.
En realidad, la fórmula no era nada tonta. Era nada menos que la “versión nacional”, el eco satelital, de un proyecto ideado por una fracción oligárquica estadounidense que en aquellos tiempos carecía todavía del poder político, y a cuya cabeza intelectual encontramos a Brezinsky, miembro de la Comisión Trilateral y asesor de Obama en la sombra. La emisaria “diplómatica” por excelencia de la alternativa iba a ser Hillary Clinton. Contra los Bush, los Huntington, los Wolfwitz, Rice, Cheney, Rumsfeld, etc., esta otra gran fracción -correspondiente al sionismo laico y liberal de la Costa Este USA-, tenía en mente implementar una “alianza” con el islamismo que con tendenciosidad ellos llaman “moderado” (creatura servil del imperialismo), sinergizado políticamente por la Hermandad Musulmana, y encargado de maniobrar sobre el terreno un Plan socio-ingenieril de transformación: las Primaveras Árabes.
A estos pragmáticos estadounidenses, ¿qué más les da la “civilización” en cuestión?. Lo importante es que el gato, blanco o negro, cace ratones. Creen en una sola “civilización”, la capitalista, galopante en pro de reponer su Tasa de Ganancia en declive, más allá de revestimiento “cultural” o “religioso”. Y la Hermandad Musulmana es tan rigorista en lo Moral como ultra-liberal y laissezfairista en materia económica, comercial y de inversiones. El llamado “islam político”, con el cuento supuesto de rechazar la “usura”, da patente de corso a la usura imperialista al no cobrar tasa de inversión a los potentados extranjeros.
El “Islam Político” concibe, además, un Estado reducido a la mínima expresión, anti-socializante, defensor de una propiedad privada sacralizada por la Sharia no importa el volumen de propiedad. Aparato de cuyo seno no parte redistribución, Política Social ni estructuras públicas sino que debe lavarse las manos. Todo lo recto se resume en caridad a “responsabilidad del individuo creyente”. Donde, finalmente, los impuestos al comerciante no deben rebasar jamás el mínimo sustentatorio de la sola función jurídico-teológica y militar del Estado. Y donde la banca no puede ser bajo ningún concepto materia de Estado (ello sería sustraer su función al individuo acaudalado), ni una banca impulsora de industria nacional autónoma, pues la Sharia condena también la crematística, que queda a libertad del impío, del infiel, mientras sería condena para el creyente y perdición de la Umma (“comunidad” de creyentes).
Tal alianza “liberalizadora” de transacciones estuvo en preparación in vitro hasta la victoria de Obama media década después y de su famoso discurso proto-primaveras pronunciado en la mezquita del Cairo. Aznar, por cuestiones religiosas e ideológicas, siempre se manifestó reacio a esta alianza trasatlántica “de civilizaciones”, que temía en tanto que boomerang potencial para las regiones de geografía cercana a ese islamismo en proyecto de entronización. Pero Zapatero era el good boyde estos pragmáticos adalides del “Nuevo Oriente Medio”. Su “alianza de civilizaciones” no tenía que ver con ningún naivismo después de todo.
7ª. Aznar estaba políticamente muy gastado. Era técnicamente incapaz de seguir implementando por otra legislatura más la prosecución de medidas de saqueo cuyo Programa heredó ZP y ha heredado Rajoy. La mitad de España estábamos en la calle, quemados, empujados por el detonante que supuso la barbarie imperialista contra Iraq, pero en el trasfondo latía el siniestro bagaje aznariano de todos aquellos años: precarización, Prestige, criminalización política, ilegalizaciones, extremo de vigilancia policial, tecnológica y jurídica a la ciudadanía con la excusa del “anti-terrorismo”, corrupción, privatizaciones de sectores estratégicos nacionales, etc. Renovar el Gobierno de Aznar habría sin duda trasmutado todo el poso multitudinario “por Iraq” en una reincidencia en las calles. Las draconianas políticas a aplicar, tenían ya que serlo “por la izquierda”, relevo mediante. Se viró las urnas a través del escabro del 11-M, fraguado en Europa y que empleó en el nivel logístico a una conjunción venal que relacionaba cuadros policiacos (Guardias Civiles asturianos entre ellos) con pago a lúmpenes y chivatos cuyos disolutos hábitos de vida y consumo nada tenían que ver con ningún “purismo fundamentalista vengativo”.