,

Formación mercantil del espíritu de la filosofía

La filosofía es la producción de conocimiento desde una postura hacia lo mundano antagónica a la vieja sabiduría ascética


Tamer Sarkis Fernández

El sentido primigenio de la filosofía consistió en dar una alternativa al saber contemplativo del sabio (sabiduría). En efecto, el sabio entiende la sabiduría como una comprensión de “la Esencia”, esto es, de los misterios y razones últimas explicativas de que la vida mundana sea –a su entender- indigna de recibir atención o implicación. Cierto es que la mirada del sabio se posa, con interés e intriga, sobre el mundo, haciendo de él objeto de su pensamiento. Pero ese fijarse se despliega predispuesto a producir el conocimiento de la mentira esencial que es el mundo; mentira de lo mundano, que constituiría su realidad o sustancia más hondamente a aquellas relaciones, fenómenos y episodios reales que el propio mundo escenifica. Así pues, la actividad del sabio pre-filosófico fue la producción de un conocimiento argumental de por qué intervenir, implicarse, sumergirse en las contradicciones de la vida, NO vale tanto como tomar distancias y emplazarse por encima.

Aquí no hay que confundir ideal con mecanismo: a tenor del planteamiento nihilista pre-filosófico, la actitud ascética no sería per se sabiduría, aunque se siga mecánicamente de haber alcanzado ésta segunda. La sabiduría sería, en cambio, poseer las claves explicativas de por qué es justamente el ascetismo la Virtud y el estado de conciencia propio del sabio. El sabio se plantea un estudio del mundo que no sólo no persigue obtener nada del mundo ni satisfacerse con él, sino que es el estudio de una supuesta esencia de bajeza residente en cualquier postura de obtención o de búsqueda racional del mejor modo de satisfacer objetivos.

A su vez, y en calidad de corolario, el conocimiento que el sabio produce es la prescripción de un camino para salir de la esfera de pelearse en lo mundano con vistas a conseguir un cambio, a provocar un logro, etc. La ascesis es Salvación. Pero la ascesis NO viene portada por el ascetismo, sino por una penetración cognitiva en el mundo, que lo atraviesa a éste y relativiza todos sus componentes vivos en virtud de una regla de superior valor identificada con esa misma relativización. Pensar el mundo alumbra y rescata respecto del apresamiento subjetivo mundano (Velo de Maya en la tradición védica). Tales recetas poseen vocación de validez general en algunos casos, mientras otros sistemas de pensamiento encomiendan a cada uno la tarea de desarrollarlas para sí, negando la existencia de un camino a la sabiduría des-personalizado (por ejemplo en Confucio).

La filosofía es la producción de conocimiento desde una postura hacia lo mundano antagónica a la vieja sabiduría ascética. Y en este sentido específico entre otros sentidos que la filosofía alberga, la ciencia es el desarrollo metodológico, epistemológico, técnico, aplicativo, etc., de este nuevo valor del conocimiento. Con la filosofía, el conocimiento deja de tener valor porque nos explique en qué consiste y a qué se debe la banalidad de la existencia; el conocimiento abandona su viejo valor de ser una fenomenología y una metafísica, en ocasiones de rasgos teológicos aunque no siempre, sobre el Ser social y su miseria. La filosofía, al contrario, produce conocimiento desde el valor de que cualquier cosa merece la consagración de la inteligencia, si sirve al sujeto. Durante el periodo de decadencia griega, los sofistas hipertrofiarán tal premisa hasta deformarla. Para ellos, cualquier objetivo, cualquier perspectiva de beneficio, es relativamente elevado y totalmente defendible por el interesado. Sócrates, avant la lettre, había prevenido respecto de la entelequia sofística: la inversión de inteligencia no detenta un valor absoluto. El valor es relativizado al hecho de que el cometido sea razonable él mismo, propiedad que no puede dictaminar la Polis, sino cada sujeto, quien debe empezar entonces por conocerse a sí mismo, según la célebre máxima socrática.

Siglos después, la ciencia no será algo cualitativamente distinto a aquella sensibilidad filosófica de contextualización del acto de conocer en una política. La filosofía hubo de surgir al interior de la Polis, donde el conjunto de ciudadanos libres propietarios y comerciantes de mercancías debe afrontar unos dilemas de común afectación como clase social, y donde paralelamente esa clase debe regular unas relaciones, solucionar conflictos, sancionar de forma efectiva, etc. Complementariamente, en la Polis cada ciudadano libre (propietario) tomado por separado, está en competencia mercantil con sus iguales; y ello se refleja en que posea unas ambiciones de protagonismo político, de procurarse el prestigio que a éste se le deriva, de influenciar en la toma de decisiones, de aliarse y luchar comercialmente, de ser el favorito de la persona con la que pretende compartir sentimientos (joven ambicionado compartidamente a otros pretendientes).

Se trata de un contexto radicalmente distinto al aquél otro circunscrito al sabio Oriente. En la Polis concebible como territorio de la producción mercantil, de la circulación de esas mercancías y de su proyección exterior, donde el comercio es fuente de acumulación y de fuente material para la reproducción de una clase y de su pavimentación de actividades, el destino no está ya escrito por la Moral y la Ley; ya no hay un sabio o un Sacerdote diciendo “¡Por ahí!” a uno y a otro sujeto. Este hecho mercantil –infraestructura material de la individualidad a flor de piel y de su importancia adquirida para el pensamiento, sin ir más lejos socrático- contrapone la Polis a los territorios regidos por un modo de producción basado en la garantía de irrigación y la multiplicación del rendimiento agrario a través de grandes obras colectivas (despotismo hidráulico o “asiático”, sea el sumerio, el babilonio, el egipcio, el indostánico, el chino). En la polis mercantil todo está en el aire, pudiendo quedar las relaciones anudadas o bien viciadas, en función del éxito aplicativo de principios y premisas de virtud con cuya tabla llegar a legislar en relación a sujetos inter-vinculados por su Ser común de clase pero al mismo tiempo en fiera concurrencia. El desplazamiento de paradigma cognitivo desde el sabio hacia el filósofo, refleja esta nueva realidad, y constituye un modelo que se manifiesta bifurcado:

(1). Al nivel de la Polis, como regulación del funcionamiento del grupo social; un conocimiento filosófico normativo sobre “las buenas leyes”, “la buena organización de la toma de decisiones políticas”, “la buena estructura social y la División del Trabajo Social”, etc. La suma importancia política de la filosofía provocará con el tiempo el pensamiento mismo de su negación utópica por Platón. En su propósito idealista de extirpar las contradicciones sociales mercantiles sin extirpar la propia mercancía, Platón llega a ilusionarse con una superación de la Polis como marco político, de la mano de un poder filosófico tan puro que, más que regular jurídicamente dichas contradicciones inherentes a la cosificación mercantil de las relaciones y de la existencia, sería capaz de conciliar dichos antagonismos modulando la sociedad con arreglo su dictamen de Ley.

(2). Conjunta y complementariamente, nace la filosofía en calidad de conocimiento producido por algunos sujetos, y que es un recetario con respecto a qué resulta útil, qué resulta beneficioso en su vida a uno u otro sujeto particular (o a todos ellos). Dentro de esta segunda rama “territorial filosófica”, es producido también un saber que no da recetas sobre lo beneficioso, sino que explica la razón por la que cada sujeto debe buscar por sí mismo aquello que le conviene mediante el uso de la Razón. En otras palabras, un conocimiento de por qué hay que vivir filosóficamente, expresión que significa vivir de modo práctico y de modo “egoísta”. Tómese el último adjetivo en términos de auto-búsqueda y el rechazo de la sumisión a cualquier norma que se presente válida “para la Polis” en abstracto. Excepción hecha, eso sí, de aquellas normas que establece la filosofía como tratado de regulación social, afianzando la cooperación para el Bien común (de clase mercantil) y desarmando el ineludible conflicto de intereses. Este principio se traducirá en la postulación de normas directoras de relaciones ante los códigos legislativos, en la Boulé y la Eklesia, en el comercio, con el trabajo de los esclavos y en la articulación de las distintas tareas sociales, cuyo hallazgo y establecimiento vincula a los ciudadanos libres (pertenecientes a una misma clase) por su común beneficio positivo, y no en términos de dirección moral. Podemos sentenciar que la filosofía aflora y se desarrolla, por ende, como la introspección del ciudadano-comerciante en pro de la búsqueda de un óptimo racional aplicable a la marcha del ágora en tanto que mercado (nótese la voz gala [marché]) y dimanante del espacio mismo de ágora en tanto que comunicación.

Tal y como me he propuesto exponer y explicar a lo largo de los párrafos anteriores, la filosofía no es un modo de conocimiento fraguado “por amor al arte”, ni tampoco por desamor al mundo y deseo de vencerlo. Deseo se haya comprendido que la filosofía es, per se, en su misma sustancia, un “saber-hacer”. Su aparición misma fue en sí imposible sin una preeminencia de un modo específico de racionalidad: la racionalidad reproductiva de las condiciones permisivas a la circulación mercantil y a la expansión de esa circulación, mediante acumulación/inversión de cuotas de beneficio comercial.

Vicedirector de DIARIO UNIDAD