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Editorial | Señales inequívocas del desastre

Gobierno militar Diosdado Cabello, Vladimir Padrino López, Nicolás Maduro

Que el presidente Maduro, en medio de la peor crisis económica en décadas, no tenga claro cuál es la vía para salir del atolladero, es un indicio de que esto no puede terminar bien, porque tampoco pide ayuda


EDE

El presidente Maduro un día decreta una cosa, por la tarde se contradice y al día siguiente termina por hacer algo totalmente distinto, nunca novedoso, eso sí. Esa ha sido la rutina en estos años suyos frente al poder.

Y al final las cosas no se resuelven. La memoria, frágil como es, tal vez no nos ayude, pero si tratamos de hacer el esfuerzo por recordar, nos toparemos con aquella lucha contra la corrupción que en los primeros días incluso lo llevó a crear organismos que combatirían a ese flagelo… y al final nada. Esa bandera se destiñó.

La corrupción es un signo indeleble de esta gestión, está tatuada en la piel de los funcionarios, y que disculpen los honestos, que los hay, pero el flagelo es terrible y ustedes lo saben.

Cuando se ha hablado de eliminar la burocracia, la medida ha sido crear más organismos, sumar comisiones y para usted de contar.

En fin, se ha alimentado al elefante que de lo enorme y torpe que es ya ni trabaja sus horas completas, ni soluciona trámites.

Intente usted, por ejemplo, solicitar un técnico para reparar una avería telefónica o pida una partida de nacimiento en la parroquia de su preferencia.

Suerte y paciencia, o prepárese para ir al cajero porque le tocará pagar la mordida para acelerar el trámite. Ve, la corrupción aparece otra vez.

Frenar al hampa, terminar con las colas, poner tras las rejas a los bachaqueros, hacer que aparezcan las medicinas, buscar a los culpables intelectuales del asesinato de un diputado, construir aquello, poner fin al decreto imperialista de aquél, recuperar el Esequibo, proteger el valor del bolívar, prometer, hablar de un futuro que no llega.

Si nos ponemos de acuerdo, usted, estimado lector, nos podría ayudar a llenar una de estas páginas, -hechas con un papel que el Estado nos está recortando abruptamente, por cierto- con promesas incumplidas.

Son tantas, tan variopintas, que se nos puede ir la vida en ello. Pero hay decisiones que por su calibre, por el impacto que tienen en la vida de millones de personas, no se pueden aceptar con simpatía y requieren del escrutinio de la sociedad.

Y allí entra la economía, el desastre de una economía que está carcomida desde hace años, desde tiempos de Chávez en Miraflores, pero que el barril de petróleo a 100 dólares nos libraba de padecer en el acto.

Las vacas gordas se acaban, lo dice la Biblia, y llega el tiempo de darnos cuenta de la realidad, una que el Gobierno ha tratado de maquillar, de desmentir, de ignorar y ahora de adaptar a una retórica esquiva, que habla de una guerra perpetua que no han sabido ganar, ni incorporando a los militares, con todo y sus fusiles.

La cosa es grave. Maduro ha nombrado tres encargados de la economía en menos de siete meses; eso es en una clara demostración de que no sabe cómo resolver la coyuntura.

Y la pifia la paga el país entero, familias inocentes que trabajan y, desesperadas, ya no saben qué hacer para afrontar los días tan duros que nos ha tocado vivir.

Si se abre al país, si el Presidente sale de su trinchera, del palacio, puede que se entere de que si quiere resultados distintos debe comenzar por tomar decisiones diferentes.

Es su decisión, queda de él tratar de enmendar el capote, de procurar algún legado, aunque sea tardío. La intención cuenta, y crean que ante la debacle cualquier sensatez se agradece.

Para eso solo requiere de humildad, voluntad e independencia. Adelante.