No es la MUD la que derrota a esta caricatura de revolución, son sus inmensos disparates, inconsecuencias, depravaciones y traiciones
Luis Fuenmayor Toro
Leí recientemente el artículo “El fondo del abismo” de José Vicente Rangel, en el que hace una serie de conjeturas ciertas sobre las conjuras internacionales imperiales contra los gobiernos, que no son percibidos como francamente amistosos ni totalmente sometidos.
Nos habla de la conspiración estadounidense contra Allende, en estrecha alianza con los sectores políticos más reaccionarios de Chile, cosa cierta que se denunció y enfrentó entonces en todo el mundo, pese al discurso estadounidense de no intervención en los asuntos internos de los chilenos, y que terminó por aclararse en la medida que los documentos del caso dejaron de ser secretos.
José Vicente lamenta la visión apocalíptica de los medios de prensa extranjeros sobre Venezuela, alimentados por las acciones de la MUD, y su cinismo al ocultar situaciones más graves, más inhumanas y más retorcidas, en países como México.
Todo ello es verdad, pero no se podía esperar otra cosa, y las acciones llevadas adelante por Chávez y Maduro, lejos de protegernos de injerencias externas, las facilitaron enormemente.
Allende era un señor, un profesional serio, un humanista, un luchador político a carta cabal. Nada que ver con Chávez, a despecho de la imagen que han querido crearle, en vida y luego de su muerte, al comandante presidente, como él mismo ordenó que lo llamaran.
Con la excepción de invasiones extranjeras o cataclismos diversos, que destruyen todo lo que encuentran, los procesos políticos no se derrumban por la acción de fuerzas externas.
No fue por la acción de los bárbaros que cayó el imperio romano, ni fue la acción de Monteverde la que acabó con la primera república, a pesar de la indiscutible influencia de ambos hechos en los desenlaces señalados.
Allende tampoco cae por las acciones de sus enemigos externos, sino ante las contradicciones al interior de su gobierno y los enfrentamientos con los sectores más radicales de la Unidad Popular, que resquebrajaron hasta romper la alianza política y económica interna que había hecho posible su triunfo.
Fue la extrema debilidad interior a que fue llevado por sus propios camaradas, la que lo hizo víctima de Pinochet.
No es la MUD la que derrota a esta caricatura de revolución, son sus inmensos disparates, inconsecuencias, depravaciones y traiciones.
Son su ausencia de respuesta eficaz y sostenible a las necesidades de la población, la adopción de una política rentista petrolera, igual o peor que la de los gobiernos del pasado, sin la adopción de previsiones para el futuro, sin desarrollar industrialmente al país para agregar valor a sus exportaciones, sin ocuparse del desarrollo de las ciencias y la tecnología, ni preocuparse por el nivel educativo-formativo de la población, para el desempeño de empleo formal calificado, sostenible y bien remunerado.
Es su demagogia populista, el incumplimiento de las promesas, las mentiras permanentes, su profundo resentimiento, su rechazo al estudio, preparación y formación de los cuadros gubernamentales y partidistas; la entrega de nuestras riquezas petroleras y mineras a empresas extranjeras imperiales, en peor forma que las de la apertura petrolera de CAP y de Caldera.
El desastre es el resultado evidente de estos 17 años, que es obvio en la escasez de prácticamente todo, la enorme inflación incontrolable, la inseguridad que nos diezma, la represión ante la lógica protesta y la discriminación en la entrega de las ayudas gubernamentales.
La vida cotidiana se ha convertido en un infierno de colas, sin medicinas, sin agua, sin electricidad, sin telefonía que funcione, sin aseo urbano ni domiciliario, sin descanso.
La polarización política, propiciada por el Gobierno y la MUD, ha marginado a sectores importantes y cierra salidas a la crisis. Éste no es un gobierno democrático, ni popular, ni de avanzada social y mucho menos patriótico; no basta declararlo para serlo.
Su práctica está más que reñida con los intereses nacionales. El enfrentamiento actual, que parece llevarnos al fondo del abismo, es simplemente una lucha de grupos codiciosos muy agresivos, por la toma del poder político y la teta petrolera venezolana. No hay ideologías ni patria.
No está bien informado José Vicente al valorar positivamente las acciones del gobierno en el empleo, la salud, educación, la participación y el poder comunal.
Reducción del desempleo hubo también con CAP I con cifras por debajo del 4% (pleno empleo), pero como ahora, a expensas del empleo precario e informal, que está muy lejos de ser sustentable ni de satisfacer las necesidades del trabajador y del país.
El estado de la salud es mucho peor que el hallado en 1999 y, en muchos casos, el retroceso es mayor: mortalidad infantil de 20/mil nacidos vivos, mortalidad materna de 112/cien mil nacidos vivos, más de 136 mil casos comprobados de malaria en 2015, aumento del Chagas urbano, epidemias de dengue, chikungunya y Zika; sarna, escasez de 70% de los fármacos necesarios, pésimo estado de los centros de salud.
La mejora educativa es una fantasía con cifras falsas de inscritos en universidades y un promedio de escolaridad de sólo 7 años. La participación es de algunos con exclusión de las mayorías y el poder comunal son mafias familiares o de otro tipo. No hay nada que reconocer.
La acción gubernamental nos ha dejado un país muy atrasado políticamente, con mucho odio en las capas medias reducidas a nada por el chavecismo, fácil pasto de los demagogos fracasados del pasado adecocopeyano y sus herederos del presente.
Tenemos un país intervenido por la comisión, solicitada por Maduro, de Unasur; por la OEA, la ONU, la comunidad europea, Santos, Rajoy y EEUU a través de Shanon, con quien Maduro se reunió y llegó a acuerdos a espalda de todos y pese a su discurso.
Pareciera que esos acuerdos posponen las elecciones regionales y aceptan el revocatorio este año. Nadie puede alegar su propia torpeza como excusa. El gobierno que se autodenomina bolivariano ha sido, entre otras cosas, muy torpe y su caída es su propia culpa; de nadie más.