Es increíble que siendo el chavezmadurismo el principal responsable de la desgracia que hoy embarga al pueblo venezolano, se muestra impasible frente a esa situación y se aferra al poder como si este fuera un patrimonio de su propiedad
Oscar Battaglini
Esta es la concepción que invariablemente ha orientado a los regímenes políticos que han asumido el poder mediante la usurpación de los valores de la izquierda, de la revolución social y del socialismo como opción política frente al modelo capitalista.
Eso fue así en la Rusia stalinista; en la Europa del este, en China; en Corea del norte; en la Cuba de la familia Castro; en la Nicaragua de Daniel Ortega; en la Bolivia de Evo Morales; en el Ecuador de Correa; y en la Venezuela chavezmadurista.
En ninguno de esos países se llevó a cabo una política de cambios o se ha realizado una política de cambio social progresivo que liberara a sus respectivas sociedades, del atraso y de las férreas ataduras de todo tipo, económicas, sociales, políticas, culturales, etc, que han entrabado su desarrollo histórico.
En todas ellas las cosas han permanecido idénticas, o derivaron hacia una suerte de capitalismo de Estado que las burocracias dominantes calificaron sofísticamente como “proceso de socialización” de la economía y de la sociedad en su conjunto.
Esto, que se encuadra en una práctica típicamente populista, es lo que igualmente a su vez ha sido igualmente calificado por esas burocracias de “revolución”.
Como puede verse, se hace un uso del concepto revolución, sin que en la sociedad se haya operado un auténtico cambio radical y cualitativo de sus estructuras fundamentales.
Los ejemplos de la Rusia stalinista y la cuba de los hermanos Castro son muy elocuentes a este respecto. Lo mismo puede decirse del caso venezolano.
Aquí, sobre todo después de la entrega al modelo cubano, lo que ha ocurrido es un proceso sistemático de destrucción del aparato de productivo de la nación, sin que de manera simultánea se haya realizado un esfuerzo por construir uno nuevo y superior.
Las consecuencias que ese hecho funesto le ha acarreado al país son de una gravedad extrema.
Ahora casi todo lo que se consume internamente tiene su origen en las importaciones y a precios internacionales; con el agravante de que los recursos para su importación son cada vez menores, por efecto de la caída abrupta de los precios del petróleo.
Esto, que de por sí es fatal para la economía nacional, ha generado una situación de desabastecimiento y escasez que inevitablemente ha ejercido una muy fuerte influencia en los niveles inflacionarios, lo que ha colocado el nombre del país como el primero en el mundo en este fatídico renglón.
Por si esto fuera poco, se calcula que para finales del año en curso, los índices inflacionarios habrán superado el 1000%.
Los efectos negativos que esa situación ha tenido en las condiciones de vida de la población venezolana, no sólo son desastrosos sino incalculables.
En la actualidad, no hay en Venezuela, salarios que resistan los embates inflacionarios que progresivamente acometen en su contra.
En esto radica la causa básica de que esa mayoría se haya visto forzada a realizar innumerables ajustes en su presupuesto familiar a fin de poder solventar las serias limitaciones a que se ve obligada.
Es increíble que siendo el chavezmadurismo el principal responsable de la desgracia que hoy embarga al pueblo venezolano, se muestra impasible frente a esa situación y se aferra al poder como si este fuera un patrimonio de su propiedad.
En esto, el chávezmaurismo no se diferencia de los regímenes dictatoriales que han hecho de su permanencia en el poder una cuestión de vida o muerte.
De ahí la obsesión que experimentó Chávez, y ahora Maduro, por mantenerse en el poder. Ambos —cada uno en su momento— expresaron su ambición de perpetuarse en él, al estilo de los hermanos Castro en Cuba.
Por eso Maduro, al igual que Chávez en el pasado, vive haciendo cálculos sobre el tiempo futuro, más allá del período que constitucionalmente le corresponde.
Tanto a él como a su entorno palaciego, se les escapa o no tienen en cuenta, que la inmensa mayoría del pueblo venezolano los ha repudiado, y ya no los quiere más frente a la dirección del país, como quedó demostrado en las elecciones parlamentarias del pasado 6D.
En su obsesión de permanencia, a Maduro, se le podría aplicar el aforismo que afirma que “una cosa piensa el burro y otra muy distinta quien lo ensilla y lo monta”.
Si una cosa ha quedado suficientemente clara con lo ocurrido electoralmente en esa fecha, es la firme determinación de la inmensa mayoría del pueblo venezolano de ponerle término, en la primera oportunidad que se presente, al régimen forajido que rige en Venezuela.
De esto, quien está más consciente es el propio gobierno madurista y su entorno político, por eso su cerrada e intransigente oposición a cualquier consulta eleccionaria que implique algún riesgo para su estabilidad en el poder.
De ahí, para ser más concretos, su férrea oposición al referendo revocatorio convocado por la oposición para darle una salida pacífica y electoral a la crisis y al conflicto político que separa antagónicamente a la sociedad venezolana.
De ahí su “interés” por una política de diálogo con la oposición, con el único propósito de ganar tiempo en espera de algún milagro que le permita librarse de la debacle que lo espera en el más corto plazo.
El chavezmadurismo ha podido maniobrar y manipular con el revocatorio presidencial y con las elecciones regionales de gobernadores, y espera hacerlo también con el diálogo en desarrollo, pero no podrá hacerlo con las elecciones presidenciales del 2018.
Hasta allí llegará en su desesperada huida del juicio que le tiene reservado la inmensa mayoría del pueblo venezolano. De ese juicio no le será posible escapar.