La perfidia chavista ha creado toda una narrativa para justificar las prácticas corruptas en nombre de la revolución
Humberto González Briceño
Las dimensiones de la tragedia humanitaria que hoy sufre Venezuela es tan solo una de las caras del colapso político y social del régimen.
Hay otra dimensión de esta debacle cuyo impacto en la psiquis colectiva no se puede desestimar. Es la quiebra ética y moral de la revolución bolivariana.
La bancarrota moral del régimen arrancó bien temprano en 1999 cuando Hugo Chávez y sus operadores comenzaron a concentrar poder político y económico sin contraloría ni rendición de cuentas.
Esto se convirtió en una práctica permanente en todos los niveles y áreas del Gobierno.
Esta forma de administrar el dinero público por la vía de la excepción y sin transparencia degeneró en perversas prácticas de robo y saqueo.
La perfidia chavista ha creado toda una narrativa para justificar esas prácticas corruptas en nombre de la revolución. De manera que si es para supuestamente beneficiar al pueblo no importa que la decisión tenga una naturaleza inmoral.
El problema práctico para el régimen es que la corrupción en el manejo del cambio diferencial de dólares y la compra de comida importada terminó enriqueciendo el bolsillo de unos mafiosos y perjudicando al pueblo como sujeto de esa revolución.
La semana pasada se debatieron en las redes sociales tres hechos emblemáticos de corrupción que confirman la bancarrota moral del régimen: El caso de los sobrinos de Cilia Flores y Nicolás Maduro declarados culpables por traficar cocaína hacia los Estados Unidos; la malversación de millones de dólares en Pdvsa en tiempos de Rafael Ramírez; y las medicinas donadas a Cáritas de Venezuela que fueron robadas sin misericordia por el Seniat en la aduana de La Guaira.
A pesar de que el régimen banaliza el tema de la corrupción restándole importancia, el mismo hace estragos en las bases chavistas y el mundo militar.
Crece un resentimiento militante en contra de Nicolás Maduro y los principales operadores del régimen por su impunidad frente al saqueo y la secuela de miseria que está dejando.
Este resentimiento se amplifica por mil en la calle donde la rabia popular es incontenible.
Ningún chavista civil o militar puede ser indiferente mientras la socorrida revolución bolivariana se hunde lentamente en el pantano de la corrupción.
O declarar su solidaridad automática con el tráfico de droga, la malversación y el robo y esperar que esto no tenga consecuencias. Esa es la tragedia del chavismo desde el principio.
La corrupción es un cáncer que se reproduce en el ADN del régimen y alcanza todos sus órganos. Les toca a quienes están asqueados y sienten náuseas ante la podredumbre evitar que el mal haga metástasis.