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El capitalismo: ¿un equilibrio aparente? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

Las mentes pensantes determinan que el capitalismo moderno y desarrollado debe adaptarse a los imperativos sociales de los nuevos tiempos.

Gustavo Luis Carrera  I  LETRAS AL MARGEN                 

         Así como el socialismo se define en su denominación: la sociedad; el capitalismo se revela en su nombre: el capital. Este discernimiento, que puede parecer elemental, es muy cierto. El socialismo pretende «socializar» el orden colectivo; el capitalismo busca «capitalizar» la sociedad. Y esta «capitalización» significa superponer de manera dominante el beneficio económico de los capitalistas por encima de los intereses del conglomerado social. La carnada del anzuelo capitalista está en presentarse como un sistema generador de empleo y de auspicio del desarrollo tecnológico. Hagamos una aproximación al tema desde la perspectiva del ciudadano común, que vive las consecuencias del sistema establecido.

        LIBRE PRODUCCIÓN. En anterior oportunidad señalábamos que el socialismo se propone estatizar los medios de producción, situándolos bajo el control gubernamental. El capitalismo proclama lo contrario: los medios de producción deben regirse por una absoluta libertad, que permita su manejo por particulares, por empresarios y capitalistas promotores del desarrollo económico.  De ese modo, los asalariados dependen de los empresarios, y a ellos rinden el beneficio que lógicamente se deriva de su trabajo. Allí actúan los sindicatos en defensa de los intereses colectivos; y no siempre con éxito: son frecuentes enfrentamientos y huelgas por desavenencias y reivindicaciones. Es el patrón del juego económico del dominio del capital. Como asienta el sociólogo alemán Max Weber: «El capitalismo exige, para su desarrollo, la existencia de un exceso de población, a la que puede alquilar, por bajo precio, en el mercado de trabajo». Y allí surge lo que comúnmente se llama la «plusvalía», que es el beneficio extra que aporta el trabajador al empresario, por encima del salario que recibe. Es un punto básico, a tomar en cuenta. Sobre todo porque es evidente el fracaso del capitalismo ante la pobreza y el hambre, que son los verdaderos índices del desarrollo colectivo de una sociedad.  

        LIBRE MERCADO. Así como proclama la libre producción, el capitalismo exige igual libertad en la estructura y el funcionamiento del mercado, del precio y la venta de los productos. Todo esto, estabilizado, según los defensores del sistema, por la competencia y la oferta y la demanda. Pero, bien sabemos que la libre competencia no existe: se imponen los mayores capitales sobre los menores; y en la determinación del precio de los artículos de consumo se sabe que se producen acuerdos ocultos de un monto mínimo. Entonces, la proclamada libertad pasa a ser un mito; falsedad que es resentida por la golpeada economía personal del consumidor. Entra en juego la desmesurada especulación en los precios, sin freno ni control; inclusive dentro de unos parámetros «liberales» que ya consideran normales beneficios por encima del treinta por ciento (que en otra época era del quince por ciento), y de allí a elevados porcentajes sin límite. Y cualquier sistema de control del Estado, por más limitado que sea, es denunciado como un acto intervencionista. A fin de cuentas, se trata de una estructura de capital +comercio=capitalismo.

Es un sistema autosuficiente y autonómico con respecto a la sociedad que lo genera. Su ineficacia queda demostrada en su incapacidad para acabar con la pobreza y el hambre”

   INJUSTICIA SOCIAL. ¿Es el capitalismo una doctrina social o un entramado económico? Quizás la respuesta sea que es una concepción económica que ignora su agresiva repercusión que auspicia la injusticia social. De hecho, el capitalismo se internacionaliza, sin parar mientes en Estados ni países; su perspectiva es autosuficiente: el objetivo de la expansión del capital es la única guía realmente indiscutible a nivel mundial, «El capitalismo fomenta la innovación y el emprendimiento», dicen sus defensores; pero, omiten señalar a manos de quién va el producto de tales actividades. El capitalismo extremo (que algunos llaman «salvaje») completa el círculo: el capital auspicia el crecimiento del capital. Y ese es el mal endógeno del capitalismo: se cierra sobre sí mismo, a espaldas de una sociedad que lo alimenta. ¡Es una suerte de individualismo exacerbado en medio de una colectividad que lo genera y lo padece! Como señala Jawajarlal Nehru: «Si no se controlan, las fuerzas de una sociedad capitalista tienden a hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres». Y aquí aflora la circunstancia decisiva. El capitalismo se muestra internacionalmente como un sistema estable, propio de un equilibrio que le concede permanencia en el tiempo y predominio mundial. Pero, detrás de las apariencias, es necesario destacar que el capitalismo arropa bajo su manto simulador cualquier sistema político, inclusive de las peores tendencias discriminadoras y fascistas; que desplaza el «bien común de la sociedad» por el «interés común del capital»; que convierte al dinero y al poder que le es propio en el sentido de la vida y de los ideales. Inclusive el alto capitalismo, en funciones de gobierno, declara devastadoras guerras, como las que padece el mundo actualmente. Y un hecho básico: para nosotros, todo el proceso del desarrollo de la sociedad se basa en la erradicación de la pobreza y del hambre, y en ello ha fracasado el capitalismo. Esa es la cuestión definitoria. Y ante este evidente fracaso, que desnuda a cualquier sistema de su ropaje seductor, se impone, de manera irreversible, un ajuste realista, justo y honestamente progresista, en favor de una sociedad plena, de los postulados del capitalismo. Quizás habrá que hacer una fusión del colectivismo socialista con el desarrollismo capitalista. La historia, como en todas las cosas, dirá la última palabra.    

        VÁLVULA: «El capitalismo, basado en la libertad en los medios de producción y de consumo, se muestra dotado de un equilibrio inexistente. Es un sistema autosuficiente y autonómico con respecto a la sociedad que lo genera. Su ineficacia queda demostrada en su incapacidad para acabar con la pobreza y el hambre. Así, las mentes pensantes determinan que el capitalismo moderno y desarrollado debe adaptarse a los imperativos sociales de los nuevos tiempos. El devenir histórico determinará si esta dimensión humanitaria y solidaria le resulta, en realidad, una opción reivindicadora».                                                                                                    glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.


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