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Los diez mandamientos pragmáticos del político

El político de una pieza, fiel a sus ideas y consecuente con su honestidad personal, como Rómulo Betancourt (1908-1981), no abunda.

Gustavo Luis Carrera I   LETRAS AL MARGEN                  

      El pragmatismo político se funda en lo efectivo, en lo eficaz, rechazando el apriorismo ideológico. Los políticos principistas, consecuentes practicantes de un pensamiento elevado y de una trayectoria honesta, son las excepciones. Así, las maleables reglas políticas son las válidas para el grueso de sus practicantes. Como nos lo demuestra la experiencia cotidiana. Y de esa manera se recogen en el decálogo que insertamos a continuación.

      1. Creer en la práctica como el fundamento de la conducta humana.

 (Más que por ideales y por concepciones elaboradas, el político piensa que las personas se rigen por la praxis inmediata de la supervivencia y de las aspiraciones materiales, y hacia ellas dirige su percepción y hace sus ofertas).

      2. Saber que las personas son vulnerables a una propaganda bien montada y persistente.

      (El prototipo del político nazi, Joseph Goebbels, lo dijo: «Una mentira, repetida cien veces, se convierte en una verdad»; y lo demostró, convenciendo a la mayoría de los alemanes de su época de que eran una «raza superior». Es una lección de la cual el político es aprendiz).

      3. Tener conciencia de que la demagogia no es una perversión, sino un juego diplomático.

      (En busca de popularidad o de poder, el político aplica la demagogia, sin remordimientos, porque la considera un recurso valedero, con proclamas y consignas tramposas: «establecer la mayor felicidad», «hacer el país grande», «justicia para todos»…)

      4. Practicar una memoria dúctil y casuística, capaz de olvidar a antiguos opositores de pronto convertidos en útiles aliados.

      (La memoria del político es pragmática y aleatoria: depende de los hechos y de la suerte. De igual manera es indulgente con él mismo, y apaciguada, le permite dormir tranquilo).

“Los políticos principistas y honestos quedan como elucubradas excepciones”

      5. Ser fáctico, atenido a los sucesos, y no a los principios abstractos.

      (Lo acontecido, de una parte, y lo susceptible de ocurrir, de la otra, son los límites funcionales de la conducta del político; sin incómodos preceptos morales, que obstaculizan el libre juego de aprovechar las oportunidades).

      6. Estar consciente de que el éxito o el fracaso se miden en el terreno de los hechos, de lo realmente cumplido.

      (El político «ve» su logro o su decepción. Todo ocurre con él en vida. Y para lograr sus metas recurre inclusive a hacer una modificación total de sus programas y completar un tour yendo de un partido a otro. El político de una pieza, fiel a sus ideas y consecuente con su honestidad personal, como Rómulo Betancourt, no abunda. La trayectoria del político es su existencia; no le queda el consuelo del artista y del escritor: ser valorado por futuras generaciones).

      7. Prometer todo lo necesario en tiempos de elecciones; ya se verá cómo se explica el no cumplimiento.

      (Bien lo señala el dicho popular: «Ofrecer más que candidato en elecciones». Y después, ante el fraude de su fracaso, poner a volar la fantasía oportunista: crear un enemigo del país, culpar a un desastre natural, hablar de déficit en las finanzas públicas, en términos incomprensibles para el público. De otra parte, el político percibe que la honestidad no es un valor absoluto, sino una apreciación subjetiva y circunstancial).

Cuando se oye hablar de un «político», tomamos al personaje con las pinzas de la duda y de la sospecha«

      8. Ofrecer respetar la Constitución; y luego, con la ayuda de testaferros y rábulas contratados, modificarla.

      (El político no tiene buenas relaciones con la Constitución, que siempre es una traba para sus planes y propósitos. En todo caso, preferiría manejarse con libre criterio de oportunidad, y no atenido a una camisa de fuerza legal. Por eso, una vez en el mando, fabrica un grupo de cómplices y de rábulas, bien pagados, para modificarla, con la complicidad de una asamblea y el asombro de los ciudadanos). 

      9. Lograr sobrevivir en la política, hasta convertirla en una profesión que provee el sustento.

      (El político se profesionaliza, hasta el punto de que cuando se le pregunta cuál es su oficio, ha de responder: la política. Es una profesión que, de costumbre, se ejerce en un partido político; claro está en una democracia. Pero, los partidos políticos a veces se convierten en feudos, en cotos de caza, de eternos secretarios generales. En todo caso el político lo es para siempre, viviendo misteriosamente de su «profesión»).

10. Recordar que el poder alcanzado debe ser conservado, e inclusive perpetuado, por todos los medios posibles e imposibles.    

      (Esto es particularmente válido para el político que llega a ser gobernante. Una vez empoderado, la tentación de seguir eternamente en el cargo es dominante. Se ve en tantos presidentes y dueños del poder, que ya es un lugar común. La clave está en urdir un conjunto de abogadiles tarifados que busquen como traicionar el principio constitucional de la alternabilidad democrática).    

           VÁLVULA: «Es innegable que cuando se oye hablar de un «político», tomamos al personaje con las pinzas de la duda y de la sospecha. Y pensamos, con base en la experiencia, que es alguien elusivo, simulador. Los políticos principistas y honestos quedan como elucubradas excepciones. Por eso no es especulativo considerar que el «político» por antonomasia es ferviente practicante de un decálogo como el aquí presentado».  

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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