En la madrugada del 26, ante los ojos atónitos de los operadores de la MUD, el régimen chavista aceptaba la inscripción por UNT de la candidatura de Rosales y dejaba por fuera de la vía electoral a la oposición de la MUD y María Corina Machado.
Humberto González Briceño
Para la mayoría de los venezolanos que hemos sido testigos de las arbitrariedades, las torturas y los linchamientos por motivos políticos perpetrados por el chavismo en estos 25 años no hay ninguna duda de su naturaleza delincuencial.
Inclusive en el sosegado, sereno y movedizo terreno de las negociaciones con la oposición venezolana el chavismo siempre ha tomado ventaja de la trampa y el fraude. Siempre habrá algún pie de página, algún acento o alguna coma que intencionalmente se plantaron en el documento a firmar para darles a posteriori la excusa de renegar de acuerdos y negociaciones. Esto no es nada nuevo.
Cuando la falsa oposición se embarcó en el último proceso de negociaciones con el chavismo tenía en mente el objetivo de mejorar las condiciones electorales para hacerlas más competitivas y lograr un cambio electoral con votos. Pensar que el chavismo se haya sentado a negociar sobre esa misma base es una gran ingenuidad. Es como esperar que el chavismo acepte negociar su degollamiento.
Sin embargo, hicieron creer a la falsa oposición que ambos coinciden en el mismo propósito por razones distintas. La oposición necesitaba de unas elecciones transparentes para poder ganarle al chavismo y a su vez el chavismo necesitaba de estas elecciones para mostrar cierta legitimidad ante la llamada comunidad internacional.
Sobre esta idea se llegó a pensar que el freno inhibitorio para detener ciertos niveles audaces de abuso por parte del chavismo sería su propio deseo de mostrarse más legítimo ante los demás países. Esto además de quitarse de encima unas sanciones que muchos dicen afectaron al régimen y que otros subrayan el chavismo aprendió a convivir con ellas por su implícita blandenguería.
Es sorprendente que a estas alturas de la tragedia existan políticos experimentados como Gerardo Blyde y María Corina Machado que no ven lo que la mayoría ve. Y esto es que todo lo que hace el chavismo en materia de negociaciones es para engañar y ganar tiempo que le permita asegurar una jugada ulterior.
El lastimoso episodio del infructuoso intento de inscripción de Corina Yoris como candidata de la MUD explica en forma muy gráfica porque con delincuentes no se puede negociar. Hasta última hora se esperaba que el chavismo permitiera inscribir a un candidato por la MUD. El rechazo de facto a Corina Yoris desató un vergonzoso striptease de nombres a ver cuál pasaba el filtro del chavismo.
En la MUD muchos pensaron que Nicolás Maduro y el chavismo jamás se atreverían a ir a unas elecciones solos sin un candidato de esa oposición repitiendo el episodio de 2018. La certeza era tal que hasta pidieron una prórroga de tres días para seguir buscando un nombre que agradara al régimen.
No fue por falta de ganas que la MUD no pudo postular un candidato. Hicieron todo lo que les pidieron, llegaron a aceptar hasta el nombre de Omar Barboza. Pero nada parecía satisfacer al chavismo empeñado en imponer la candidatura de Manuel Rosales a la MUD.
Es cierto que tanto la MUD como María Corina Machado hicieron todo lo posible por encontrar un nombre que complaciera al régimen. Lo que seguramente no iban a aceptar era la imposición de quien desde el primer momento se sabía sería el candidato opositor tolerado por el régimen. Esa rueda de molino no se la iban a tragar.
En la madrugada del 26, y como se dice popularmente entre gallos y medianoche se consumaba lo increíble ante los ojos atónitos de los operadores de la MUD. El régimen chavista aceptaba la inscripción por UNT de la candidatura de Rosales y así dejaba por fuera de la vía electoral a la oposición de la MUD y María Corina Machado.
No está claro cómo se puede articular una política de oposición exitosa que siga prisionera de la vía electoral sin un candidato propio y cuyo desarrollo siempre será controlado y modulado por el régimen a través de su aparato político, jurídico y militar.
Lo que sí está muy claro es que con el chavismo no se puede negociar y en su palabra nunca se puede creer porque ellos siempre regresarán a viejas prácticas y vicios delincuenciales. Y esto les otorga una ventaja sobre un adversario que por razones de pudor u otras ha escogido pelear siguiendo los protocolos de su taimado verdugo.
EL AUTOR es abogado y analista político, con especialización en Negociación y Conflicto en California State University.