Cuando hay pollo no hay azúcar, cuando hay azúcar no hay leche y cuando hay leche no hay café. En el Bicentenario de Plaza Venezuela los clientes no consiguen todo lo que buscan; los productos que conforman la canasta alimentaria y básica no siempre están presentes
Patricia Marcano
Sábado, fin de semana de quincena, 3:30 pm. Quienes llegan al Gran Abasto Bicentenario de Plaza Venezuela se encuentran con las tres hileras de sillas casi vacías. No están una detrás de otra sino al lado y en doble fila, espaldar con espaldar; como en el juego de la sillita pero sin música ni diversión. Son al menos 750 asientos ubicados frente a la feria de comida rápida que en nada promueve la alimentación balanceada y criolla, contrastando con los grandes afiches de la Misión Alimentación, ubicados a pocos metros
En una fila hay unas diez personas de la tercera edad, sentadas, y en otra unas 20. Vigilantes vestidos de azul, guardias nacionales y policías nacionales frenan el paso a quienes van llegando, les piden sentarse y esperar. El flujo no para, en segundos se ocupan las sillas y los funcionarios quitan la cinta para dar paso. Dejan entrar a un lote, la gente se rueda de asiento, sigue esperando. Hay familias completas (papá, mamá y los dos niños), madres con hijos, parejas, familiares. Pocos van solos. Casi nadie habla, solo hay gestos de cansancio y hábitos de rutina: leer el periódico, tejer, hablar con la amiga, llamar por teléfono. 10 minutos después pasa otro grupo y en el camino a la rampa mecánica un joven bromea: “pareciera que vamos al matadero, señora”. Ambos se ríen y continúan, uno detrás del otro.
Una vez arriba comienza la primera batalla: conseguir un carrito de supermercado. Algunos lo logran montándoles cacería a los clientes que salen del supermercado rodando el carrito con la compra adentro; se paran al lado y agarran el “vehículo” mientras los desconocidos sacan las bolsas de su mercado. No hay pena que valga. A otros no les importa y van directo a la segunda cola, esta vez de pie y más breve, para ingresar al establecimiento.
Adentro comienza el segundo enfrentamiento: conseguir esa carne y ese pollo que están facturando las cajeras a quienes están a punto de pagar.
Las neveras de ambos productos están al fondo. La gente apura al paso, se empuja para atravesar los pasillos copados de clientes en cola y llegan, pero a esa hora, 3:50 pm, no hay pollo, solo queda carne de res aunque dispuesta de la peor manera: fuera de las neveras porque están dañadas (no enfrían), colocadas dentro de un carrito de supermercado, cada corte en su paquete pero completamente descongelados, nadando en su propia sangre y etiqueta azul del “Ministerio da Agricultura” de Brasil, e impregnadas de un olor ácido y asfixiante a sangre descompuesta proveniente de un piso encharcado. No huele a podrido, “huele a cadáver”, dice una señora mientras se aleja del lugar.
Aún así, la gente rodea el carrito, mete la mano y saca los paquetes para ver el precio. Unos agarran sin mayor problema, otros huelen, fruncen el ceño, revisan bien y se llevan un paquete. El producto más buscado es vendido en condiciones deplorables y en minutos se acaba la última reserva del día (4pm).
La etiqueta precisa que es un corte de carne de segunda, de fecha de producción 22/05/2014, con “fecha de congelamiento 03/2014” y que a una temperatura de -18ºC el producto debe consumirse antes del 22/05/2015. La carne que se compró ese sábado tenía casi un año “circulando”, se vencía en menos de 35 días y no estuvo a -18ºC en por lo menos dos días.
Hace un mes, el 9 de abril, el gerente de la tienda informó a través de una nota de prensa de Abastos Bicentenario que la red de frío estaba funcionando “con 70% de operatividad debido a una falla en los compresores”, problema que estaban “solventando”. Aún persiste la falla en el área de la carne.
Lo que hay
Superado el episodio, continuó el recorrido. Ese sábado de abril se podía comprar leche en polvo y harina de maíz (rescatando ambos productos de las pacas amontonadas en el medio de un pasillo y apartando los paquetes rotos), arroz, leche líquida completa y descremada, aceite vegetal y de soya, caraotas negras, pasta, margarina y sardinas.
No había aceite de maíz, café, azúcar, sal, harina de trigo, salsa de tomate, mostaza, mayonesa, vinagre, cereal, papel higiénico, servilletas, toallín, desodorante, champú, acondicionador y además de pollo y la carne, también se terminó antes de las 4 pm el enjuague para lavar la ropa.
Sí había jamón y queso en la charcutería, algunos vegetales, frutas y hortalizas, jugos pasteurizados, yogures, cereales infantiles y otros productos costosos, pero en general los carritos contenían lo mismo: leche, harina de maíz, aceite, arroz, pasta, margarina, carne y pollo, estos últimos si se había llegado temprano; en las cajas podía encontrarse carne dejada por clientes al momento de pagar, descongelada pero sin olores intensos.
De lunes a viernes la disponibilidad de productos tampoco es completa. Después de visitar el Bicentenario de Plaza Venezuela en días y horarios distintos, durante dos semanas, no se consiguió carne ni pollo entre las 8 am y 11 am del lunes 4 de mayo. Leche en polvo, huevos, aceite y margarita era lo que más salía en las bolsas de los clientes que visitaron el supermercado temprano.
Los que acudieron al finalizar su jornada de trabajo, entre las 4 y 6 de la tarde del primer martes de mayo, se fueron sin pollo, carne, leche (no había en polvo ni líquida), harina de maíz, café, arroz blanco, pasta, caraotas, sal, aceite de maíz, lentejas y arvejas. Tampoco había papel higiénico ni servilletas. Abundaban los frijoles negros y blancos, azúcar (lo que más se llevaban), aceite de soya, huevos, arroz saborizado y “dorado”, sopas de sobre, sardinas y pepitonas, además de cebollas, tomates, jamón y queso blanco suave.
“Vine a comprar pollo y a hacer mercado pero lo que hay es pura azúcar. Esto es horroroso, en la tarde no hay nada y si vienes temprano pierdes toda la mañana. ¿Cómo hace uno si trabaja? Me hubiera ido al Central”, le dice una señora a otra en voz baja, mientras baja la rampa y se aleja del supermercado. Pasadas las 5 de la tarde lo que hay es frustración entre los que salieron apurados de sus oficinas para comprar lo básico, lo que más escasea y más se bachaquea para vender después con sobreprecio.
“El pollo lo sacan después de las 10, la carne sí es tempranito. Ya como a las 2 no queda nada. Tiene que venir en las mañanas y hacer la cola porque en la tarde no sacan”, comentan unos trabajadores del supermercado a todo el que se acerca a las neveras vacías y calientes.
Datos de la encuestadora Datanálisis, presentados el 5 de mayo en el foro “Tendencias del Consumidor Venezolano 2015”, precisan que entre enero y marzo de este año la escasez en los Abastos Bicentenario fue de 39,6%; de cada 10 productos faltaban cuatro. El año pasado el porcentaje fue 47,9% y en 2013 se ubicó en 25,2%. En 2012 la escasez apenas llegó a 3,2% en esta red del Estado. Además es la cadena gubernamental con menos desabastecimiento: en Pdval la escasez se ubicó en 54,2% en el primer trimestre de 2015 y en Mercal llegó a 78,7%.
En silencio
Menos de 30 minutos demoró ese sábado hallar los productos que se buscaban. Entraron rápido al carrito pero tardaron tres horas en salir del establecimiento, dentro de una bolsa. La cola que no se hace para entrar es ineludible adentro.
La mayoría espera en silencio. Solo comparten datos sobre la comida que llevan, cuál de esas marcas es buena y cuál no, cuál de las tres leches en polvo sabe mejor, lo que han conseguido en otras visitas, lo bueno de que implementaran la venta según el terminal de cédula. No hay quejas sobre la demora ni la escasez de algunos rubros; adentro no, o al menos no en voz alta ni con cualquiera.
Ese día había 12 colas para pagar que atravesaban pasillos de punta a punta y comenzaban al fondo. De la caja 1 a la 8, donde cancelaban las personas de la tercera edad, solo cuatro estaban activas; de la 9 a la 21 también (cuatro cajas abiertas), pero de la 22 a la 52 funcionaban todas.
A pesar de que el 16 de agosto de 2014 el Bicentenario de Plaza Venezuela fue multado por “violar el acceso eficaz y eficiente a los productos”, como consecuencia de “estas colas de 3 y 4 horas por tener cajas vacías”, -según expresó ese día Andrés Eloy Méndez, superintendente de Precios Justos-, ocho meses después la situación no es diferente. La instrucción de mantener todas las cajas abiertas no perduró.
Lo que sí se mantiene tras su implementación, en enero de este año, es la presencia policial y la disposición de las colas dentro de las instalaciones, no en la calle ni en el terreno adyacente, como se vieron a principios de año.
A la vasta presencia de vigilantes privados vestidos de azul se suman al menos dos GNB y cinco PNB en el nivel principal, entre los locales comerciales, la feria y las tres filas de sillas. Dentro del supermercado la vigilancia no es menor.
Si quiere contactar al autor de esta historia escriba a: patricia@larazon.net