Al régimen lo impulsan su voluntad autocrática y su miedo a ser investigados y descubiertos
Rubén Osorio Canales
La Semana Santa terminó con un foro de Oscar González Grande publicado aquí en el semanario “La Razón” con Jennifer McCoy como protagonista, poniendo en manos del diálogo la posible solución para que Venezuela salga de “la parálisis creada por la pugna entre gobierno y oposición”, y una declaración del Papa Francisco recogida por la prensa mundial, pidiendo un “diálogo y colaboración en Venezuela para que se trabaje por el bien común y se promueva la cultura del encuentro, la justicia, y el respeto recíproco” para salir de la difícil situación que vive Venezuela.
Si hay un escenario ideal para abrir un diálogo continuado y efectivo para discutir desencuentros, llegar a acuerdos y consensos, ese es el Poder Legislativo porque es allí donde se controla al Ejecutivo y se discuten las leyes.
«Diálogo hubo a la caída de Franco, lo hubo antes y después del plebiscito en Chile, lo ha habido en Colombia en medio de una guerra que dura más de cincuenta años, lo hay en la actualidad entre Cuba y USA, solo para mencionar los más cercanos»
Pero a nadie se le escapa que el tema del diálogo ha tenido un antes y un después de la victoria obtenida por la MUD el 6D porque ese día el juego de las partes cambió en profundidad. El Psuv y sus aliados perdieron el control de la AN, las facciones dominantes en las filas del régimen fueron movidas y perdieron poder, la oposición pasó a tener uno de los poderes y surgieron, por una parte, el desconcierto y el despecho rabioso del régimen, y por la otra, una euforia opositora que el régimen confundió con revanchismo.
Lo cierto fue que el despecho y la amargura que había ocasionado la derrota, fue sustituido por la prepotencia y el desparpajo de la violencia de un régimen de naturaleza dictatorial, y la oposición, libre del acoso y de la mordaza que el régimen le había impuesto de manera grosera, inconstitucional y arbitraria en ese mismo escenario, haciendo uso de sus atribuciones, activó una agenda en la que mostró las verdaderas causas y los responsables del desastre que la nación entera sufre y cumpliendo con su obligación comenzó a legislar lanzando un proyecto de ley de amnistía que el régimen no acepta, un proyecto para una Venezuela productiva que tampoco acepta, una proyecto otorgando propiedad a los beneficiarios de la Misión Vivienda que el régimen rechaza, un bono de alimentación para los pensionados que el gobierno niega por no tener dinero y, además, con total desvergüenza, anuncia que nada de lo que la nueva mayoría de la AN proponga y apruebe será reconocido por el régimen.
A esto hay que añadir que la mayoría opositora en la AN, cumpliendo con su función contralora, llama a los altos funcionarios para interpelarlos y establecer responsabilidades en una infinidad de casos marcados por el desorden y la corrupción, y los funcionarios olímpicamente se niegan a asistir.
Como si este saboteo decretado por el régimen no fuese suficiente para neutralizar el poder de la AN, el régimen decidió activar inconstitucionalmente, los brazos poderosos del TSJ para desconocerla y aniquilarla y los no menos poderosos de la violencia y la inseguridad, para paralizar a una sociedad que está a punto de estallido.
«¿Qué impide que el diálogo se lleve adelante en Venezuela? Eso hay que preguntárselo a quienes en el régimen decidieron tomar el camino irracional de la confrontación»
El asunto pues va más allá del reclamo del poder total para la oposición de la que habla McCoy y de las buenas intenciones del Papa Francisco. Lo que aquí sucede es que al régimen lo impulsan su voluntad autocrática y su miedo a ser investigados y descubiertos y a la oposición los guía la natural reacción de quien siente el asedio cotidiano de unas fuerzas peligrosamente desiguales.
Ni Maduro va a renunciar, ni la AN podrá desarticular el muro del TSJ, ni la gente, ocupada como está en el rebusque por su sobrevivencia, va a llenar las calles para protestar. Lamentablemente la situación impide a la ciudadanía ejercer sus derechos a fondo y las cosas siguen cada vez peor sin fuerza que las contenga.
En un clima semejante, hablar de diálogo puede parecer un despropósito, sin embargo estamos de acuerdo con que esa puerta debe seguir abierta, de lo contrario corremos el riesgo de que vengan otras fuerzas a cerrarlas.
Diálogo hubo a la caída de Franco, lo hubo antes y después del plebiscito en Chile, lo ha habido en Colombia en medio de una guerra que dura más de cincuenta años, lo hay en la actualidad entre Cuba y USA, solo para mencionar los más cercanos. ¿Qué impide que el diálogo se lleve adelante en Venezuela? Eso hay que preguntárselo a quienes en el régimen decidieron tomar el camino irracional de la confrontación, movidos por el miedo a que descubramos las verdades del desastre.