El alto costo de los alimentos está llevando a los venezolanos a buscar comida en la basura que botan los comercios a la calle. Siete historias familiares dan cuenta de cómo la crisis económica está deteriorando la situación alimentaria y social del país, sobre todo de los menos favorecidos.
Patricia Marcano
Ver a un indigente hurgando en la basura no es nuevo. Pero que lo haga una señora acompañada de sus tres niños, una embarazada, una abuela y un señor al salir de su trabajo sí lo es.
No viven en la calle, son venezolanos a los que el dinero no les alcanza para comprar comida. Son el rostro de los números fríos de las encuestas, de la inflación que destruye los salarios, de la crisis económica y de la crisis alimentaria que vive el país.
En el centro de Caracas, y en varias zonas de la capital, es posible encontrar esta nueva realidad después de las 5 de la tarde, cuando las panaderías, restaurantes, supermercados, abastos y carnicerías empiezan a botar sus desperdicios.
“El pueblo lo que tiene es hambre”, dice un joven, alzado, en respuesta a los comentarios de aquellos que pasan y se quedan viendo horrorizados cómo recogen comida de la basura. “A nosotros no nos interesa la política, lo que queremos es comida”, grita mientras revisa y selecciona. “A lo que hemos llegado”, comenta en tono más bajo una señora.
Esto ocurre a una cuadra de la plaza Candelaria y de la avenida Urdaneta, entre las esquinas de Avilanes y Candilito. Junto a él hay 18 personas más entre niños (seis de distintas edades), mujeres, hombres, ancianos y jóvenes. Varios acceden a contarle a La Razón sus historias pero no todos quieren ser retratados ni identificados.
718%
El Cendas precisó en su último informe que el costo de la vida aumentó 574,8% en un año, 47,9% cada mes y 1,6% cada día. Los alimentos subieron 718% entre abril de 2015 y abril de 2016
No es fácil sumergirse entre bolsas negras, meter las manos entre alimentos descompuestos y regresar a casa con rastros de la basura bajo las uñas o en la ropa impregnada. Sin embargo, ya no son pocos los que se desprenden de la pena y lo hacen.
Están los que se aprovechan de la situación para recoger verduras y hortalizas de la basura para revenderlas después, en algún lugar de Caracas, a mitad de precio; incluso tienen sus cuchillos afilados para de una vez cortar, cual chef de televisión, las partes más dañadas y sucias en pocos segundos.
Estos son los más herméticos para hablar. “Tú sabes como es todo, el rebusque. Aquí uno también come”, dice uno mientras corta pedazos de jojotos y los organiza en una caja de cartón.
Pero hay otros que se emocionan al ver un tomate en buen estado, una cebolla o un par de piñas, y se las llevan para la cena o el almuerzo del día siguiente. “¡Mami, aquí hay carne, mira. Está buena, no tiene pellejo!”, le dice Joel, de 10 años, a su mamá. Estas son sus historias.
“Cochinos no, no vamos a morirnos de hambre”
Nelly León comenzó a ir a la avenida Norte 13 de Candelaria en diciembre, cuando dejó de conseguir comida. “Vivo en Coche y eso por allá es horrible, en las colas te sacan cuchillos, se caen a golpes y yo estoy con los niños. Además a mi me toca los lunes y nunca consigo nada, los bachaqueros quieren venderte un arroz en 1.800 y la harina en 1.500. Yo no lo compro porque no tengo ese dinero, es preferible venir acá. Soy madre y padre de tres niños y tengo que salir por ellos, uno tiene que buscar la manera de sobrevivir”, cuenta.
Trabaja en Quinta Crespo vendiendo ropa y objetos usados; allí puede ganarse entre Bs 800 y 2.000 en un día pero no es siempre y no trabaja a diario. Sus tres niños van a la escuela pero si no tienen para desayunar se quedan en casa “porque me dicen que les duele mucho la barriga y se sienten mal”.
Comer una vez al día se ha vuelto común, cuando tienen un poco más desayunan y almuerzan. Va dos veces a la semana con sus hijos más grandes (10 y 12 años) a buscar alimentos en esas bolsas negras, donde también puede conseguir ropa o algo para vender. La comida no la vende. “Esto uno lo lava bien y lo cocina. No todo está malo y si está malo no lo agarro”, comenta sobre el estado de las verduras vegetales que se consiguen allí.
“La gente pasa y nos dice que somos unos cochinos por lo que hacemos; cochinos no, no vamos a morirnos de hambre, eso es comida. A mi no me da pena, feo es robar comida a los demás en la calle, yo prefiero buscar humildemente aquí, y le digo a mis hijos que no roben, les explico que estamos buscando para comer porque no tenemos. Aquí llega gente que tiene pena de meterse, yo les pregunto si quieren algo, y les busco y preparo una bolsita. Hay otros que le piden a los niños buscar y les dan 100 bolívares a cambio”.
Dice no entender qué pasa en el país con la comida pero tampoco se detiene mucho en eso porque resuelve su día a día. A su zona no ha llegado la bolsa de comida de los Clap. En una de sus visitas consiguió yuca, plátano, unos retazos de carne que encontró su hijo Joel, tomate y cebollas.
Aunque el mercado de Coche le queda cerca ella no va, “allí no se consigue nada, lo que se botaba también lo están vendiendo en las aceras. Si el kilo de cebollas está en 800 ellos te venden esas de la basura en 400”. Tiene meses sin comer arroz ni arepas, tampoco tiene aceite ni azúcar.
“Con el pellejo de la carne que consigo aquí hago el aceite para cocinar. Lo pongo en un sartén con fuego y espero que salga”. Nelly es de Maracaibo, tiene tres años en Caracas y no quiere regresar. Su familia le dice que allá están peor. El segundo día que fue no pudo agarrar nada de comida porque había mucha gente. Era jueves, ella y sus hijos habían desayunado yuca con queso y almorzado pasta (que le prestó una vecina); regresaron a su casa sin nada para cenar.
“El sueldo no me alcanza”
“Lo hago para que no se pierda”, es lo primero que dice Yamileth cuando se le pregunta por qué recoge hortalizas, frutas y verduras de la basura. Está embarazada, una gran barriga delata sus 8 meses de gestación.
No quiere que le tomen fotos porque con eso “no se va a resolver nada”. De tanto pasar por esa cuadra y ver la comida que se botaba y lo que se recogía, decidió sumarse, pero sobre todo por lo costoso de la comida.
“El sueldo no me alcanza, trabajo en un restaurante y gano sueldo mínimo, con esto que consigo aquí me ahorro un poquito y comemos mi esposo, mi suegra y mi hijo”, Tiene 37 años y un pequeño de 18 meses, más el que viene en camino; viven en La Pastora.
No hay quien pase por allí y no se sorprenda de ver a una embarazada en esa situación. “Lo hago por él, para yo comer y que él se forme bien y nazca bien”, dice sobre su bebé, su condición y las críticas de los transeúntes. Come tres veces al día aunque con dificultades. “Yo creo que para que esta situación cambie tiene que pasar algo como en el 89”.
“Estábamos pasando el cable”
Yesenia Acosta (18 años) acompaña a veces a dos de sus hermanos a ese punto de la Candelaria. Llegan a las 5 pm o antes y esperan. Cuando llega la primera carretilla con bolsas se levantan. Viven en San Agustín, son siete hermanos y uno de ellos tiene ocho hijos; él está allí, buscando al igual que otra de sus hermanas, que tiene 24 años y un niño de tres.
Ella solo comenta que registra la basura porque no consigue comida y la que hay es impagable: “me quieren vender un paquete de arroz en 3.000 y una leche en polvo para el niño en 5.000. Yo tengo que salir por mi chamo”, dice y no habla más, hay varias bolsas donde buscar. Rescató unos tomates pasados de maduros, pimentones, unas piñas (con la mitad notablemente descompuesta) y yuca.
Yesenia toma la palabra y sigue contando que en San Agustín “es feo”. “Se matan por un paquete de harina para las arepas, no se consigue nada. Nosotros estábamos pasando el cable parejo, a veces pasamos todo el día sin comer”.
Hace un mes tomaron la determinación de buscar comida allí. Una vecina les pasó el dato. “Ellos tienen demasiados hijos, somos un gentío en la casa y la bolsa de comida no alcanza, nos llega cada 21 días pero no es suficiente. A veces venimos los sábados a buscar las verduras para hacer la sopa del domingo”.
“En mi pueblo no hay nada”
Betty Méndez (60 años) viajó el jueves de Barlovento a Caracas, específicamente a la avenida Fuerzas Armadas para ir al Central Madeirense. Llegó a las 10 y se encontró con la protesta de la gente que reclamaba por comida y que terminó trancando esa avenida junto con la Urdaneta. “Salí corriendo, no pude comprar nada”.
Pasó el día por el centro de Caracas, intentando comprar algo pero casi todos los locales estuvieron cerrados. Pasadas las 5:30 de la tarde llegó a esa zona de Candelaria para ver si compraba verduras. Vio a varios recogiendo cosas de la basura y se metió.
“Conseguí cebolla, plátano, yuca, unos limones, unas ramitas. Con esto hago una sopita”, dice sonreída. No regresará con las manos vacías. Atesora lo que consiguió porque no trabaja ni tiene pensión. El papá de su hijo la ayuda con dinero pero no le alcanza. “En mi pueblo no hay nada, aquí te quieren vender la yuca en 650, el tomate a 1.000, la cebolla a 1.000, el plátano en 500. ¿Por qué botan eso, si eso es comida? Eso es malo”, dice Betty.
Es la primera vez que recoge alimentos de un basurero y lo hace porque está comiendo una vez al día, cuenta antes de irse con su bolsa medio llena hasta Parque Miranda, al este de la ciudad, donde toma el autobús a Barlovento.
“Estamos haciendo esto para sobrevivir”
La señora María (67 años) vive alquilada en una habitación cerca de la avenida Panteón. Es costurera, gana 300 bolívares por cada arreglo de ropa y con eso le es imposible comprarle a bachaqueros. “Estamos haciendo esto para sobrevivir, si pudiera comprar a precio de bachaquero no estaría aquí”, señala.
Comenzó a ir este año, “cuando la cosa se puso más fuerte con la comida y todo se puso carísimo”, pero no va todos los días. Con lo que consigue puede comer ella y las otras dos familias que viven en el mismo apartamento.
“Ellos no saben que yo consigo todo acá, ellos creen que compro esto en un remate de verduras”, dice en tono bajo para que nadie le escuche el secreto. Se llevó yuca, cebolla, cebollín, cambur y repollo. No agarró brócoli porque estaba muy malo. Donde vive el consejo comunal no les ha dado información sobre la bolsa de comida de los Clap (Comités Locales de Abastecimiento y Producción).
“No tenemos nevera”
Efraín Díaz va casi todos los días con su primo de 14 años a buscar comida. Tienen tiempo en eso, ya saben cuáles bolsas faltan por salir, a qué hora le toca a la carnicería y qué pueden hallar allí. Tiene 28 años, vive con una tía y su primo en un apartamento de Misión Vivienda en Plaza Venezuela. Cuando se le pregunta qué falta en la nevera de su casa corta la interrogante con una respuesta inesperada: “No, allá no hay nevera”.
Efraín recoge poco para que no le sea difícil trasladarse en el Metro, pero lo suficiente para mantener a tres bocas. Tiene 28 años y trabaja en un autolavado. “Si no salimos a buscar esta comida nos morimos. Aquí vienen bastantes personas, antes éramos cuatro, ahora vienen como 20”.
Este punto es uno de los mejores, dice, porque en Quinta Crespo, al igual que en Coche, ya no se consigue nada. “Todo lo venden, lo que está malo lo recogen y lo venden”.
“Para comer y comercializarlo»
Mónica Rebolledo llegó de Pinto Salinas con sus dos hijas, una de 12 y otra de 13 años, las más activas en la recolección del jueves en la tarde. “Aquí uno se rebusca la verdura para complementarla con el arroz, para comer, pero todo lo demás lo saco para comercializarlo”.
Mónica dice buscar tomates en esas bolsas para venderlos empaquetados: “los hiervo, pico en tiritas y los congelo, luego los vendo en bolsitas”. También hace salsas para pastas con las cebollas, tomates y pimentones que consigue allí, hace guasacaca o vende aliños. Tiene sus clientes fijos y de ahí obtiene dinero para poder comprar otros productos.
A ella le llega una bolsa de comida con cuatro paquetes de arroz normal y cuatro parboil, dos de pasta, cuatro de harina de maíz, caraotas y salchicha, de Corpomiranda -dice- aunque vive en el municipio Libertador (DC). Cuesta 6 mil bolívares y la comparte con una vecina. Si no le llega y no tiene nada, busca algo de comer en las iglesias.
Inseguridad alimentaria, situación de hambre
Los testimonios recogidos de las madres que salen a buscar comida en la basura en este punto de Caracas tienen algo en común: sus hijos. Encontrar donde sea algún alimento por ellos, para evitar en la medida de lo posible que pasen hambre.
Esta es una realidad que se vive puertas adentro de los hogares y que la nutricionista Yngrid Candela, investigadora del Observatorio Venezolano de la Salud (OVS), ha ido documentando en los últimos años y meses, con resultados nada favorables para 2016.
“Cuando aplicamos la escala cualitativa para medir la seguridad alimentaria en el hogar encontramos que los niños están en situación de inseguridad alimentaria y las madres están en situación de hambre”.
87%
La Encuesta sobre Condiciones de Vida (Encovi 2015), realizada por la UCV, UCAB y USB, halló que a 87% de los venezolanos el dinero no le alcanza para comprar comida
Candela explica que en un estudio piloto realizado en Carrizal (estado Miranda), en un urbanismo de Misión Vivienda del sector La Ladera, encontraron como respuesta común que las madres están realizando una sola comida al día (el almuerzo, pero no completo sino “lo que queda”), para garantizarle a sus niños las tres comidas. Y una data similar encontró en otro estudio realizado en una zona rural del estado Trujillo.
“Los niños están medio desayunando, comiendo un almuerzo en menor cantidad y cenando lo que se consiga, eso es lo que nos dicen las madres. Los niños están en inseguridad alimentaria porque son protegidos por las mamás, ellas no permiten que se queden sin comer, y además en sus tres comidas una de ellas cubre sus requerimientos. En cambio las mamás no, ellas están en situación de hambre, les falta el desayuno o la cena, o no hacen ninguna de esas dos, o incluso pasan varios días sin comer”, precisa la especialista.
Pero además otra evidencia del hambre que están pasando los venezolanos está en el hecho de que ahora sea más común ver a adultos buscando comida en la basura.
“Esa era una estrategia que hacían más los niños, a los adultos les cuesta más. Esto refleja una situación de hambre, no de inseguridad alimentaria. Una persona que sale a buscar comida en la basura es hambre. Al adulto le da pena hacerlo y que sea él quien busca comida en la basura habla muchísimo de la situación”, asegura Candela.
93%
Según el estrato social, para 93,1% de las familias en pobreza extrema sus ingresos son insuficientes para adquirir comida y para los no pobres el número determinado por la Encovi 2015 es igualmente alto: 78%
Otro rasgo de la crisis está en el cambio de los hábitos alimenticios. En zonas rurales las familias están haciendo entre una y dos comidas al día y además están cambiando los horarios, señala la nutricionista; desayunan más tarde y almuerzan a las 4pm o 5pm para no cenar y “para ir ajustándose a esta situación de escasez”.
Ese mismo cambio de horarios está ocurriendo en zonas urbanas cuando no hay comida para el desayuno del niño y se opta por no enviarlo a clases; dejarlos dormir hasta tarde para que hagan su primera comida al mediodía y luego almuercen al final de la tarde y evitar que pidan la cena es otra realidad.
La investigadora del OVS además relata que “el nivel de desesperación de las personas es impresionante” ante la dificultad para conseguir comida, los altos precios y sus efectos ya evidentes.
“Las mamás, que son las que hacen las colas, nos están reportando que están perdiendo peso aceleradamente y esto pasa porque no pueden trasladarse en vehículos de un supermercado a otro, tienen que caminar muchísimo, además de pasar hambre en la cola y luego en casa no comen. Todo el mundo está reportando pérdida de peso”.
Lo preocupante es que la pérdida de peso es un fenómeno esperado inicialmente en la población infantil, porque los niños son los que responden más rápido a los cambios que ocurren en su entorno, explica la nutricionista, pero ya está alcanzando notablemente al adulto. “Y si el adulto está perdiendo peso, cómo estarán los niños”, dice a modo de reflexión.
3,5 millones
Ya el año pasado 12,1% de los venezolanos reconocían comer dos veces al día o menos. Ese porcentaje se traduce en más de 3,5 millones de venezolanos
Por ello no duda que en el país exista ya una cantidad considerable de personas con desnutrición en sus distintos niveles: aguda, leve, moderada o severa. Y en el caso de los niños menciona los síntomas sobre los cuales deben estar atentos los padres para atajarla a tiempo: decaimiento, desgano, flojera, cero ganas de jugar.
“Luego lo que les viene es una anemia, la pérdida de peso, y después lo que veremos en unos meses o en un año es el registro de niños más pequeñitos en talla por la falta de nutrientes”, precisa.
A futuro esta condición tendrá su incidencia a todo nivel. “La desnutrición crónica es un indicador de desarrollo. Hablamos de personas menos capacitadas para su desarrollo individual y colectivo, y esto tiene un altísimo costo para un país”.
Si quieres contactar al autor de esta historia, escribe a: patricia@larazon.net