La MUD parece olvidar las lecciones de las mesas de diálogo del 2002 y que culminaron con una victoria política para el régimen en el 2004
Humberto González Briceño
Es cierto, hasta en las peores guerras hay canales para dialogar con el adversario. La crisis política, social y económica que vive Venezuela ya ha dejado tantas víctimas como en una guerra civil.
Un diálogo Gobierno-oposición estaría justificado para detener la pérdida de vidas humanas y recuperar la estabilidad como país.
Desde ese punto de vista cualquier iniciativa de diálogo y negociación que apunte en forma concreta y genuina a la pacificación del país debe ser apoyada.
Pero esas no son las premisas que están planteadas en el diálogo que tratan de llevar adelante el Gobierno y la oposición. La iniciativa del diálogo surgió con un pecado original.
Y ese fue precisamente la intención del régimen de invocarlo para ganar tiempo y diluir cualquier iniciativa de cambio político. Para cumplir ese perverso propósito el Gobierno buscó los auxilios de mediadores sin ningún tipo de capacidad y menos de neutralidad.
La oposición agrupada en la MUD se siente presionada por la responsabilidad de evitar el recrudecimiento de la violencia que día a día se cuenta en más presos, torturados y muertos.
Además, la naturaleza democrática de los factores que integran la unidad parece ser una condicionante real de las armas de lucha que están dispuestos a usar para derrocar al régimen.
Siendo siempre el recurso del voto y la participación ciudadana los preferidos, aunque estos sean groseramente secuestrados por el régimen.
En estas condiciones la mayoría de la MUD ha aceptado ir a negociar con su verdugo con la esperanza de mejorar las condiciones para un cambio político.
Pero la MUD parece olvidar las lecciones de las mesas de diálogo del 2002 y que culminaron con una victoria política para el régimen en el 2004.
Se olvida que una vez también el régimen estuvo contra las cuerdas y maniobró hábilmente para ganar tiempo y posponer la confrontación a un momento y un escenario que le permitiera ganar.
Ahora como en aquella oportunidad la oposición acude con buena fe para tratar de encontrar una salida al conflicto con el principal causante del mismo.
Salvo que haya una presión contundente y fulminante desde la calle, no hay razones para pensar que los resultados hoy serán distintos a los del 2002.
Diálogo y calle debe ser la consigna de la oposición. Diálogo para discutir con el adversario las bases jurídicas y políticas sobre las cuales debe operar la transición y la restitución del estado de derecho.
Y calle para presionar al régimen y asegurar que los compromisos serán respetados.
Sin la presión de la calle es muy probable que se repita la experiencia del 2002. De ser así, las demandas y las expectativas por la liberación de los presos políticos y el regreso de la democracia quedaran banalizadas a “mesas de trabajo temáticas” sin ningún logro concreto.
Esto traería más frustración y desesperanza en la sociedad en lugar de acumular fuerzas para derrotar a la dictadura.