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Los liderazgos populistas

Los liderazgos populistas

De los que actúan en política, según una inmensa mayoría que casi es unánime, nadie está pensando en la nación, sino en el poder y en los beneficios que el poder da


Rubén Osorio Canales

No es mentira que día tras día los liderazgos populistas van en picada y quedando en entre dicho y que no hacen otra cosa con sus discursos y actuaciones que desinflar la fe de los mortales con sus nefastas consecuencias, porque en medio de tanta emergencia no pasaron de ser críticos implacables pero sin soluciones, sujetos sin auto crítica, amigos del rumor y la guerra sucia, sembradores de desconfianza que no les importa la naturaleza de la trocha con tal de lograr el objetivo, ese que a base de falsos sofismas y acusaciones sin fundamento abren dejan caer todo su veneno discursivo sobre las diferencias sociales, y apuestan a la división entre ricos y pobres, entre víctimas y victimarios, entre los que están conmigo y los que no lo están.

Ese liderazgo que vive en las nubes de las promesas eternas sin cumplirlas, que a diario en el discurso adula sin medida al pueblo, que dice lo que el pueblo quiere escuchar y nunca lo que debe escuchar, ese que se alimenta de la desgracia de los desposeídos, y que llegado el momento, sin sacarlos de esa condición, le reparte migajas siempre con el látigo alzado para golpearlo cuando se salga del carril.

Ese falso liderazgo que desde siempre ha existido y que ha logrado en muchas ocasiones contaminar con sus métodos a liderazgos que posiblemente alguna vez tuvo las mejores intenciones y propósitos perdiendo así toda confiabilidad, lo que suele llevar a los países y sus respectivos pueblos, a la calle de la amargura y al desastre.

Líder es aquel que guía, orienta y conduce y por lo tanto se supone que debe tener entre otras muchas virtudes, capacidad para comunicarse, habilidad para manejar sentimientos y emociones tanto propias como colectivas, capacidad para planificar, para adaptarse a los nuevos tiempos y establecer metas y objetivos reales, un líder, además de tener carisma, debe siempre mirar hacia adelante, conocer en profundidad la historia para no caer en fórmulas vencidas y fracasadas, conocer sus propias fortalezas y debilidades, ser responsable a la hora de innovar, y sobre todo debe estar bien informado para hacerlo mejor.

Lo que hoy surge en la escena mundial para ocupar ese lugar, son farsantes de verbo fácil que solo tienen en su discurso las municiones de las mentiras que a la gente le gusta escuchar, el restriegue de la frustraciones que esa misma gente lleva a cuestas, el sentimiento de fracaso de cada uno de los que les presta atención, hincarle el diente al hueso, suculento o no, representado en errores o fracasos de quienes intentaron infructuosamente resolver los problemas, tomar como actitud la apariencia de justicieros implacables que vienen en auxilio del pueblo, contadores de cuento, charlatanes de oficio, inventores de las promesas de todo aquello que la gente común quisiera, a sabiendas que no lo podrán lograr, un discurso criminalmente engañoso que suele retroceder y hacer añicos las verdaderas conquistas del hombre.

Es cuestión de ver y seguir con la debida atención los debates que se escenifican en el mundo en cada contienda electoral, no importa de qué naturaleza, llenas de maledicencias, zancadillas y guerras sucias, para entender las razones por las cuales  el liderazgo, no solo político, está en crisis.

De los que actúan en política, según una inmensa mayoría que casi es unánime, nadie está pensando en la nación, en el problema de sus distintas comunidades, en su futuro y en su educación, sino en el poder y en los beneficios que el poder da.

Y lo más doloroso del caso es que esta situación crece día tras día corriendo el peligro de hacerse irreversible, porque en la medida en que avanza y ese cáncer hace metástasis, el cuerpo malo genera sus propios mecanismos de protección y se hace impenetrable.

Si todo este cuestionamiento con carácter viral es cierto o no, toca a los liderazgos en acción desmentirlo. Si es cierto, toca a la gente subvertir el orden para corregirlo y encontrar los nuevos liderazgos que no requieran ni de la mentira, ni la descalificación y la estridencia criminal para guiar a sus pueblos con la razón y en el imperio del sentido común, hacia metas que puedan conducirlos a un mundo más justo. La pregunta es: ¿en nuestro caso tenemos esperanza? Yo creo que sí.