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El derecho humano a un ambiente limpio I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

El equilibrio biológico de todo el planeta está en peligro: se extinguen las especies, y se reproducen sin control los insectos, las bacterias y los virus.

Gustavo Luis Carrera  I LETRAS AL MARGEN

                   

           La naturaleza establece un equilibrio ecológico que responde a una armonía de factores y de actores. De por sí, lo natural es armónico, por una simple ley de no agresión. Pero, angustia ver que el ser humano, el más consciente dentro de su racionalidad, sea el responsable de la ruptura suicida de ese statu quo.

      LA AGRESIÓN AL AMBIENTE.  A diario se oyen informaciones del daño ecológico realizado directamente por mano humana o por el funcionamiento de equipos y empresas propias del «desarrollo». Parecería que opera una contradicción: a mayor avance de la llamada «civilización», mayor es la conducta de suicida devastación de la naturaleza.           Desde mediados del siglo XX se habla de «calentamiento global». Es el denominado «efecto invernadero», que equivale a que el calor que irradia la tierra es devuelto a ella, en elevada proporción, por los gases acumulados debido a la alta contaminación. Las emisiones de CO2 (dióxido de carbono), que producen tal condición, vienen de las emanaciones de gases de las industrias, de los vehículos, de las centrales eléctricas, principalmente. A ello se añaden la quema de combustibles fósiles, la deforestación, el elevado uso de fertilizantes y los residuos generales de los equipos en  funcionamiento. Sin contar los derrames de petróleo y el uso abusivo del plástico. Vienen, como consecuencias, las olas de calor, tormentas, inundaciones y la «lluvia ácida» (la lluvia que cae contaminada con los gases emanados). Mientras más se desarrolle la industria, más alto será el nivel de contaminación. Muchas naciones representan ese papel destructivo del medio ambiente. Se considera que desde 2005 China es el país más contaminante del mundo. Pero, no es cuestión de señalar a los más responsables. Es la obligación de detener la agresión ecológica, que lesiona y envenena el ambiente de todo el planeta.

Cincuenta años después de su primer foro sobre la materia, la ONU, finalmente, reconoce el derecho humano a un ambiente limpio”

      ¿IGNORANCIA O INTERESES ECONÓMICOS? Ahora bien, ¿cómo se explica que las sociedades «primitivas» han tenido -antes y ahora- una clara noción del natural equilibrio ecológico, y a ello han sometido su conducta; mientras las sociedades «desarrolladas», en todo el mundo, actúan en contra de ese equilibrado estatus? No hay sino dos opciones para la respuesta: ignorancia o intereses económicos. O ambas posibilidades; con evidente predominio de la segunda. Aunque, seguramente, se produce el fenómeno siguiente: el interés económico que mueve a los agresores del ambiente es de tal magnitud que los lleva a ignorar que están, como se dice, cavando su propia tumba; a no ser que ellos apliquen el viejo dicho de «el que viene atrás, que arree», calculando que los daños serán para futuras generaciones, lo cual los tiene a ellos sin cuidado. Sí, hasta estos extremos hay derecho a llevar nuestra conjetura, Pero, es que, sencillamente, es la verdad. Los taladores de bosques enteros, los extractores de granza y arena de los ríos, los mercaderes del carbón y del petróleo, para sólo citar algunos ejemplos, sólo ven las elevadas cifras de su productivo negocio, y jamás han considerado -ni considerarán- las terribles consecuencias como daño ambiental de su lucrativo comercio.    

      FINALMENTE LA ONU TOMA CONCIENCIA. Conviene recordar que ya en 1824, el científico francés Jean Baptiste Joseph Fourier advirtió el «efecto invernadero»; que fue corroborado por la investigadora norteamericana Eunie Newton Foote, en 1856, y por el físico inglés John Henry Pointing, en 1907. Estos señalamientos tempranos derivan de la constatación del efecto contaminante de las nuevas máquinas y equipos, que aparecen desde la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX, con los cambios de los sistemas de producción de la llamada Revolución Industrial. (Justamente se calcula que desde aquella época a la de hoy la contaminación del medio ambiente se ha incrementado en un 45%). Las insistentes y radicales denuncias del daño ambiental datan de fines de los años sesenta del XX. El primer Foro Mundial del Ambiente, convocado por la ONU, se realizó en Estocolmo, en 1972. Y ahora, medio siglo después, en julio de 2022, la ONU aprueba «el derecho humano a un ambiente limpio, saludable y sostenible». Lo cierto es que el equilibrio biológico de todo el planeta está en peligro: se extinguen las especies, y se reproducen sin control los insectos, las bacterias y los virus. (Insistimos en nuestro convencimiento, que ya hemos expresado, de que ese estado de cosas está directamente vinculado con la pandemia de Covid 19). No hay duda de que un ambiente limpio, saludable y sostenible es un vital derecho humano. El reto que tenemos por delante es luchar porque se cumpla, en defensa de nosotros mismos y de las generaciones futuras.               VÁLVULA: «Desde la primera mitad del siglo XIX se han producido las advertencias sobre el daño ecológico de la contaminación. Pero, ha prevalecido el interés económico de los depredadores del ambiente, desforestando y contaminando; sólo atentos a su beneficio crematístico. Cincuenta años después de su primer foro sobre la materia, la ONU, finalmente, reconoce el derecho humano a un ambiente limpio. Pero, no depende de un organismo de dudosa eficiencia, sino de cada uno de nosotros, conscientes del natural compromiso con nuestro planeta, hacer que ese derecho se cumpla en tiempo presente y en apertura hacia el futuro».

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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