El Síndrome del Edificio Enfermo que afecta a la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona nos expone la espectral verdad de la sociedad dominada por el demo-sionismo, tal y como, en la célula, está en cierta manera codificado el organismo
Tamer Sarkis Fernández
Se llama lipoatrofia semicircular (una especie de ultra-ronchas cutáneas con textura) y se la relaciona con exposición a espacios de intensa radiación eléctrica (espacios desprotegidos o mal protegidos; faltos de medidas amortiguadoras). En la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona (el Raval), han brotado, de momento, varias decenas de casos. Diecisiete eran hace casi dos años. Podrían ir incluso a más, tanto en cantidad de afectados como en su gravedad, pues uno empieza lipoatrófico pero no siempre la cosa se detiene ahí. Hasta la fecha, los afectados son currantes: limpieza, mantenimiento, conserjería, servicios… Personal d’Administració i Serveis, les llaman aquí según la nomenklatura acuñada por las élites laborales universitarias. Ellos son quienes más tiempo pasan dentro de la facultad, y, como suele ser, el tiempo de exposición correlaciona con el trastorno. “Paralelamente”, estudiantes becarios o doctorandos se quejan de un malestar agudo en mitad de jornadas más o menos largas allí (jaquecas, mareos agudos, deterioro transitorio de alerta cognitiva, pérdida de concentración, acusada fatiga física).
Hace unos años todo eran rosas para aquel proyecto de nueva construcción que trasladaba la facultad desde la zona universitaria al barrio barcelonino del Raval. El precio del suelo de emplazamiento –barato- permitía notable ahorro. Eso casaba con el lema económico-moral de “austera eficacia”. Pero, ¿por qué barato?. La extensión está atravesada por una línea eléctrica de alta intensidad. El ayuntamiento, de todos modos, tramitó adquisición y plan de edificación.
Sin embargo, el ahorro les pareció poco… Ahorraron también en estructuras, materiales aislantes, aislamiento de los propios tendidos y cableados, impermeabilización, y hasta en “ventilación eléctrica”. La ventilación eléctrica es la capacidad que tiene el edificio para reciclar la atmósfera respecto de la concentración radial. Total: ecuación fatal, de resultados poco sorprendentes si se piensa en el mega-WIFI cargado de GIGAS funcionando a tope durante tantísimas horas.
Ante el panorama, la universidad no puede negar la evidencia. Pero los alegres y cívicos malabaristas de la Justificación a la torera nos deparan estas cuatro magníficas nuevas:
- Sufrir lipoatrofia semicircular legitima la baja laboral…, no remunerada.
- Los síntomas remiten, hasta desaparecer paulatinamente, cuando la persona interrumpe su exposición a las fuentes. Tranquilos entonces: siempre puede el afectado dejar su trabajo en la facultad y dedicarse a buscar otro…
- La universidad ha provisto y provee toda la información necesaria a los solicitantes. Como dice uno de los personajes de Mario Benedetti en Muerte accidental de un anarquista, la mierda nos cubre hasta la nariz pero saberlo nos calma.
- La universidad vela por toda la atención sanitaria que el afectado requiera. La lógica es perfectamente policíaca: se te deja tuerto o se te abre la cabeza para acto seguido meterte en una ambulancia.
Cuánta filantropía ésta de los meticulosos Organizadores de nuestra precaria existencia. Por su parte, los trabajadores de PAS han pasado por las aulas y pegado llamamientos convocando a huelga, de nulo eco hasta ahora entre un profesorado que sí tendría en sus manos parar las clases.
Y allá en las alturas departamentales, los profesores VIP (Catedráticos, Doctores Titulares, en Historia, Antropología…) ni se inmutan. Ellos viajan tanto por el Mundo, y delegan a tal punto el trabajo facultativo en sus abnegados pupilos de Departamento, que este llamado SÍNDROME DEL EDIFICIO ENFERMO no va a afectarles en carne propia. Pasan poco tiempo allí. Tienen la alienación frente a sus narices, eso sí. Se les habla del antagonismo de clase del que ellos forman parte (la parte dominante y rentable), pero se hacen los sordos. No se trata ahora de sentarse en una plaza a encandilar a sus jóvenes víctimas con cuatro paridas abstractas; se trata ahora de tomar partido por los explotados y oprimidos (por aquellos que trabajan, acopiando notas escritas o limpiando váteres, para el Catedrático o Doctor aristobrero). Pero las capas superiores de la aristocracia obrera no van a obrar en su propia contra; poseen, ellos sí, amplia consciencia de (su) clase. Ellos: quienes invocan “la unidad de los trabajadores” cuando les interesa movilizar en su favor al proletariado.
El Síndrome del Edificio Enfermo que afecta a la Facultad de Historia de la Universidad de Barcelona nos expone la espectral verdad de la sociedad dominada por el demo-sionismo, tal y como, en la célula, está en cierta manera codificado el organismo. Una sociedad residual (“sobrante”) cuyos Directores y gestores desisten ya de cultivar con mínimo atisbo aquella meta burguesa clásica de Salud Pública. ¿Para qué cuidar y salubrizar al ejército proletario, o al estudiante universitario?; si “no hay trabajo”, si “no hay futuro”, si su Valor añadido como Fuerza de Trabajo largamente formada seguramente no va a objetivarse “en sociedad”. El edificio enfermo es la mórbida materialización de todo el edificio social.
Debe reconocérsele al Síndrome del Edificio Enfermo resonar al personaje del Capitano en la Comedia del Arte italiana, o a aquel arquetipo dramatúrgico de “Loco” del teatro neo-clásico dieciochesco. Personajes que decían a la cara de cada personaje su verdad particular. Y hoy la verdad de “nuestra” dramatis personae -de nuestro “mundo sin corazón” y privado ya incluso de “corazón artificial” (parafraseando a Marx)- es que a las finanzas empieza a importarles más bien poquito la aristocracia obrera; que a los rectores y Catedráticos no importan los profesores; que a los profesores no les importan los estudiantes, y que el proletariado yace sindicalmente aislado e impotente –incomunicado de sí mismo como totalidad de clase- en cada jaula laboral o de estudio. Que por supuesto no hay genuina comunidad humana (comunismo), ni tampoco aquel y trilero “corazón de un mundo sin corazón” al que Marx se refiriera en su Crítica de la Filosofía hegeliana del Derecho.
Jamás en la historia política contemporánea hubo una superestructura político-institucional como la demo-sionista financiera en contextos de último eslabón (PIGS y cía.); tan lesiva para el grueso de población trabajadora PROPIA. Los nazis ganaron las elecciones con el slogan “Trabajo para el obrero alemán”, y dieron a éste sus beneficios: balnearios, escarabajos, vacaciones pagadas (“en la miseria de los demás”, añadiría Rotten), autopistas, primero de mayo, excursionismo, pensiones. A la vuelta de la esquina, eso sí, funcionaba el horror de industrias-campo donde los internos esclavos trabajaban hasta literalmente reventar de explotación. Por su parte, a costa de siglos de expolio colonial a siete mares y de acumular Capital a espaldas proletarias (que se lo pregunten a los irlandeses), Inglaterra se volvió paladín del despliegue de prestaciones y derechos sociales (Disraeli, Beveridge, Churchill…).
La Francia de León Blum y su Frente Popular, de la lumiére, culture et sanité, fue también la Francia que inauguró justo en 1936 el pago de vacaciones al obrero francés, alejándolo de jaquecas brigadistas en España. Poco después (y ya antes de Vichy) los refugiados españoles serían vallados en barrizales, en espera de “inserción”: mano de obra casi regalada para el patrón galo, “a mayor fortuna”.
Los Dorados Años 50 yankies se fraguaron a golpe de “parasitismo de guerra” (USA entró ya muy tarde y aprovechó la ruina), así como del colosal Plan de inversión, de los créditos de reconstrucción y de desfalcar Alemania vía indemnizaciones por crímenes y vía financiera. Más de una década antes, John Maynard Keynes había escrito su Tratado “Cómo financiar la guerra”.
Si pensamos en el social-imperialismo revisionista soviético, no podemos más que reír recordando las propagandas holywodienses y NO-DOs que nos hablaban de colas cotidianas, falta de pan, accidentes mortales al volante de coches de cartón, horas extras forzadas gratuitas, policías en los rellanos. No era tal el mal-vivir para el obrero ruso; la URSS era la gran Superpotencia mundial. Eso sí: tenían el COMECON, una Cuba cuyo proyecto de desarrollo era comprar a los soviéticos hasta el último alfiler, y unas estepas de “minorías” donde depositar la basura radioactiva.
Pero lo sorprendente del tema es la –más que negligencia- ruidosa bacanal de nocividad con que el sistema de la finanza demo-sionista y sus “políticos” despachan y reparten miserias a sus propias ovejas “vernáculas”. Súmesele la barra, la “templanza” y el cinismo con que burócratas, técnicos, rectores y directivos declaran sobre unas y otras barrabasadas. Se diría que los Pastores abandonan; que no están interesados ya, o no son ya capaces, de sacarle lanas y leches al rebaño. Se diría que nos quisieran sacrificar, cortando por lo sano tal y como Baudelaire versificara (poema Matemos a los pobres).
El autor es vicedirector del diario Unidad