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Deuda española: ¿que la pague la banca? Economía Política de una entelequia

Deuda española

La banca en España no es banca de la economía, siendo, al revés, banca que subsume a la economía


 

Tamer Sarkis Fernández (Barcelona, España)

ADVERTIR LA EVIDENCIA

Cuenta cierto relato de Edgar Allan Poe que la autoridad de una ciudad buscaba una carta, por lo visto decisiva en la resolución de una condena. Averiguando su paradero, los inspectores entraron a la casa donde sabían se ocultaba el sobre y, ante el angustiado dueño epistolar, no dejaron nada por remover: cofres, arcones, colchones, estanterías, baldosas y azulejos inseguros, buhardilla, bodega. Nada hallaron, para asombro y alivio del morador, quien había olvidado la ubicación del sobre. Su escondrijo resultó ser perfecto: reposaba sobre una gran mesa de madera justo en el centro de la estancia principal. Nadie se había permitido siquiera sospechar que una prueba tan decisiva fuera depositada tan a la vista. Por eso no la vieron. La física cuántica parece secundar aquí a la literatura: nuestros sentidos funcionan en base a conceptos pre-construidos, lo que hace que no podamos percibir aquello que nos es imposible concebir. Las crónicas de viajes pos-colombinas recogen confidencias hechas por los nativos Caribes, apresados por sus ocupantes en la isla que estos últimos bautizarían “Nueva España”. Son destacables las deducciones de los intérpretes españoles sobre lo expresado por vigías y chamanes: los últimos aseguraban y reiteraban no haber visto las carabelas surcar el mar. Navíos así no existían en la mente indígena y, por ende, la imagen mecánica en la retina se perdía; no era codificada.

¿La deuda?: que la pague la banca. Tal muletilla se ha erigido como territorio axiomático de confluencia para el mosaico de actores que en España tratan de problematizar la cuestión de esa deuda bancaria paulatinamente convertida en pública por sucesivos Gobiernos centrales. Embebidos como lo están en su alucinación colectiva, actores tan dispares como PODEMOS, Izquierda Unida, la extrema derecha populista, la monja Forcades, las televisiones progres de propiedad estadounidense, el trotskismo grupuscular o la Plataforma Anti-Desahucios, no dejan de retro-alimentarse entre sí a cada reconfortante pronunciación suplementaria, pasando por encima de lo obvio. Por eso con este artículo no pretendo descubrir la pólvora, sino, al contrario, des-cubrir la evidencia mundana no vista por tan elevada comunión ultra-terrena de purezas “izquierdistas”.

EL TESORO DE LADRILLOS

Derivaremos nuestro razonamiento de la premisa siguiente: la oligarquía española contrajo deuda con la gran banca europea y con los fondos angloamericanos de inversión debido a su incapacidad para auto-financiar su salto cualitativo de acumulación de Capital.

Este “gran salto adelante” fue dado sobre todo durante las presidencias de Aznar y Zapatero, y se apoyó en el trampolín de la construcción de infraestructura y vivienda. Con vistas a reunir una masa de Capital lo bastante voluminosa como para entrar “por la puerta grande” competencial en mercados como el Latinoamericano, el indo-asiático y el europeo, los grandes bancos españoles se dirigieron a concentrar en el sector bursátil inmobiliario su adquisición de títulos empresariales. A la vez, alzaban una densa red de inmobiliarias, promotoras, constructoras, sociedades importadoras de equipo pesado de edificación, consultorías de recalificación de suelos, etc., a través de la concesión de crédito flexible a los emprendedores o a los potentados de ese mismo sector. Ni que decir tiene que esas operaciones no iban a dineralizarse a menos que fueran conectadas a la creación de un mercado civil de vivienda y locales mercantiles, para lo que se procedió al diseño de grandes paquetes crediticios familiares, comerciales y empresariales, que fueron inundando la sociedad española. Por último, pero no menos importante, el plan económico necesitaba adecuar la fisonomía de municipios y urbes a esa racionalidad que identificaba en la grúa y el ladrillo a “la gallina de los huevos de oro”.

Organizar físicamente el territorio como factor de producción de Capital requería de cooptar a quienes en España son a fecha de hoy los auténticos terratenientes: las burguesías burocráticas radicadas en los Ayuntamientos y en las Diputaciones, con su ejército subsidiario de jueces, registros mercantiles, inspectores, funcionarios consistoriales, propietarios de parcelas inmuebles extensas, etc. Le fue sencillo a la gran banca española enrolar a los caciques político-administrativos de urbe, MALL, stock y polígono. Le bastó con un poco de palo y otro poco de zanahoria: la propia dependencia financiera en las agotadas arcas de regidurías y concejalías llamaba a la obediencia. Por si alguien se descarriaba, fue cooptándose a los caciques metropolitanos y a sus funcionarios, en base a oferta de porciones de la tarta (las famosas tajadas por recalificar suelos), tanto como de oportunidades de inversión en esa “nueva economía” que daba vuelos al aznariano “España va bien”.

LOS MECENAS Y SUS CONDICIONES

Y, sin embargo, tal y como empezábamos diciendo la oligarquía española carecía de poderío para auto-capitalizarse en ese periplo suyo de presenciarse a escala internacional como inversora/exportadora de capitales y de actividades económicas. Habría de recurrir a las grandes finanzas europeas, quienes iban a asegurarse la devolución de préstamos y el cobro de intereses a través de cuatro mecanismos fundamentales:

1º. Asegurarse Gobiernos españoles que, como el de Zapatero, se dedicaran reformar leyes y estatutos laborales con vistas a precarizar las condiciones de trabajo y salariales en el tejido de empresas y monopolios sustentados directa o indirectamente por la gran banca española. La lógica es aquí la que sigue: la banca española (propietaria de grandes packs de acciones en relación a dicho universo monopolista) es la primordial concentradora de ganancias en base a cosechas de dividendos y a cobro de sus anticipaciones de Capital a los monopolios. Ella debe, mediante el interés bancario, asegurar su propia solvencia competencial y la de aquellas empresas que maneja, pero también debe asegurar los pagos europeos a niveles funcionales. Dicho de otro modo: hay un doble-bolsillo o doble-fondo que llenar, así que la Ganancia bruta española ha de ser mayor con arreglo a menores cuadros gananciales netos (mediados por la compra europea de deuda); división transnacional de la Ganancia que determina aumentar la cuota de explotación y por ende determina tanto a precarizar como a pagar menos.

2º. Controlar, no ya solamente los procesos de trabajo y el plano jurídico laboral, sino controlar la propiedad real sobre los monopolios españoles a través de la irrupción europea en las Bolsas y la concentración creciente de títulos.

3º. Justamente debido a la situación descrita de existencia de “muchos bolsillos a llenar” -a lo que se añade la avidez oligárquica española por amasar su volumen requerido de Capital-, los precios del parque nacional de vivienda y demás bienes inmuebles habían sido hinchados sucesivamente muy por encima de su Valor. Aquí se le conoce al fenómeno como “burbuja inmobiliaria”: una oferta sin ningún respaldo de mercado solvente interno a medio plazo, cuya condición de “gigante con pies de barro” tiene que ser continuamente paliada por medio de una oferta crediticia “alegre y light”, bajos tipos de interés, condonaciones a la morosidad, acuñación de un escenario virtual donde, sin aparente problema, la banca concede créditos y más créditos familiares o empresariales con objeto de tapar agujeros prestatarios previos, etc.

En este escenario virtual, los actores financieros europeos previeron el irremisible pinchazo de la burbuja que ellos mismos estaban contribuyendo a inflar. Previeron también, acompañando la hipótesis de estallido, una abrupta devaluación del suelo, de la vivienda y, en general, del parque construido en territorio español. ¿Qué hicieron estos?: dieron a la oligarquía española a firmar cláusulas en cuya virtud las agencias europeas iban a cobrar, por los negocios compartidos, de forma invariable con arreglo al Valor ficticio alcanzado en la etapa especulativa, sin importar la caída del precio de las viviendas ni que la banca española tuviera que re-tasar su oferta hipotecaria con arreglo a otros escenarios potenciales.

4º. Como aval de morosidad bancaria o de impago crediticio, en ciertos casos las finanzas europeas acordaron con sus homólogas españolas la transferencia de porciones específicas del parque de viviendas. Esto garantiza a la gran banca europea salvar el negocio poniendo los bienes a circular en los mercados solventes europeos, llenos de “turistas vocacionales”, ricachones y viejecitos entusiasmados por adquirir segunda residencia en España. Dicha modalidad relacional de poder entre grupos financieros imprime prisas a la banca española cuando se trata de ejecutar desahucios; y es que la oligarquía española -siempre dependiente- sabe bien que la banca europea (directamente o a través de organismos UE como el BCE) no demoraría un segundo el cierre del grifo de la liquidez si sus homólogos españoles se relajaran en agilizar la mencionada concentración europea de oferta inmobiliaria. El Gobierno vendepatrias de Rajoy ha favorecido, a través de su legislación sobre el ius soli, esta dinámica de fuga de viviendas: cualquier persona extranjera que compra una vivienda de precio superior a los 500.000 euros adquiere automáticamente la nacionalidad española (si lo desea).

DEDUCIR LOS SOFISMAS

El cuadro situativo detallado permite deducir por qué el eslogan que la pague la banca constituye nada más que una entelequia:

Que la pague la banca… ¿a quiénes?

Dados los vínculos y dependencias contraídas por la clase dominante española con las grandes finanzas europeas, el pago de deuda (con sus intereses abusivos y sus complementos “en especie” ya detallados: acciones, suelo urbano edificable o recalificable, volúmenes inmuebles, etc.) no es más que la operación con que se reviste la senda imperialista “normal” cifrada en la concentración de capitales en un puñado de gigantescos polos territorial-político-financieros (Francia-BPB; Alemania-DEUTSCHE BANK; Alemania/Bélgica/Holanda-BCE; Suiza-CREDIT SUISSE; etc.). Eso que se auto-postula como una tesis “de izquierda”, no es más que la imagen verbal radicaloide de una relación funcional al Capital financiero UE y a fortiori estadounidense, que suele acabar recolectando suculentas fracciones entre los beneficios amasados por sus “corredores” viejo-continentales. “Que la pague la banca”, en boca de amigos de la superpotencia como mal disimula serlo Pablo Iglesias, traduce el propósito exterior de debilitar la posición de la clase dominante española al seno de la Cadena imperialista, pudiendo así hacer de ella un parásito si cabe todavía más fácilmente predispuesto a seguir haciendo entrega tanto de sus monopolios y titularidades, como de las fuerzas productivas nacionales.

Que la pague la banca… ¿con qué fondos?

Con el desarrollo de la producción capitalista -y a fortiori con la apertura de época imperialista- la banca dejó de ser un asunto de prestamistas que cedían oro al negociante o al mercader, para disponerse a cobrar los intereses calculados sobre la Letra de Cambio una vez comercializada la mercancía. Por contra, la banca se convirtió en finanza, que asaltó la producción y pudo adueñarse de amplios sectores de la misma -o al menos acaparar porciones representativas de la propiedad real sobre los nacientes monopolios. Pues la necesidad industrial de incorporar en su seno fuerzas productivas e investigar la innovación de otras tantas fuerzas, excedía con creces las propias capacidades industriales de reunir su cuota necesaria de inversión a partir del proceso de acumulación productiva directa.

Llegó un momento en que fue tan enorme la masa de plusvalía necesaria para continuar en liza competencial, y, por consiguiente, tan cuantiosa la masa de fuerza de trabajo movilizada, que a partir de entonces los gestores de empresa ni tan siquiera podían pagar el monto salarial si no era a través de la financiarización de pagos. Por eso, hoy día el interés bancario no es un %, sino una lógica englobante que ha acabado por absorber en sí tanto a la plusvalía como al salario. Los dos componentes capitalistas del Valor (plusvalía y salario) han pasado a ser factores integrados en ese circuito mundial financiero encuadrante. Bien leída, la fórmula “que la pague la banca” sintetiza la consumación de un atraco a las masas: el Capital financiero conforma una ingente riqueza susceptible de ser socializada en un futuro alternativo protagonizado por el pueblo español, pero cuya expatriación hacia los acreedores del Norte supone evadirla para siempre.

Hablamos, además, de una riqueza transversal, que, aunque computa como Capital al ser empleada en el universo de movimientos bancarios, de facto está repleta de componentes que pertenecen a las rentas del trabajo y pequeñoburguesas (ahorros, nóminas, cuotas de mutuas, fondos habidos por la pequeña empresa, participaciones cooperativas y abonamientos, etc.). Como se dice en España para referirse a las deducciones cantadas, “blanco y en botella”: la materialización de la premisa que la pague la banca significa una brutal deriva de riqueza desde las rentas del trabajo hacia las rentas del Capital (extranjero para el caso).

Cuando los líderes de PODEMOS, o Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, posan clamando que la pague la banca, aquello que en el fondo están invocando es una operación redistributiva inter-financiera cuyo desplazamiento de Capital tiene como ingredientes la sangre y el sudor de los pueblos y países tan explotados como expoliados por monopolios españoles sitos en una u otra región del Planeta (véase la vieja actividad de ENDESA en Bolivia, felizmente finiquitada por el Gobierno nacionalista de Evo Morales). Que la pague la banca es, pues, un llamamiento imperialista de argucia chovinista: trata de conciliar a los españoles con “sus” finanzas siempre y cuando la banca tenga la bondad de asumir su deuda… sobre la espalda de los parias de la tierra y su opresión.

Por si fuera poco, la fórmula que la pague la banca da cuerda a un trabajo de Sísifo en cuyo haber destaca dilapidar cada vez más los recursos nacionales: al ser la actividad de la oligarquía española un comportamiento intrínsecamente dependiente de acreedores, el pago de la deuda pone la rueda del crecimiento financiero una y otra vez en posición de Reinicio. La deuda es saldada en pro de nuevo merecimiento crediticio en la carrera internacional donde concurre la clase dominante “nacional”. Tendencialmente, a este pozo sin fondo sacrifica la oligarquía la íntegra materialidad nacional, pues, en la racionalidad dominante, pagar la deuda apunta hacia contraer nueva deuda, obteniendo una mejor calificación desde las agencias financieras (rating, leasing…), una rebaja de la prima de riesgo, etc. Y así en espiral ascendente <pago; <crecimiento; <endeudamiento; <pago…

EN CONCLUSIÓN

Se costee ella misma o no se costee sus francachelas y salidas nocturnas transnacionales, a buen seguro la gran banca española va a continuar divorciando al país respecto de consumar su potencial en cualquier dimensión. España: tierra donde el ninguneo político, la no-competitividad económica productiva y el seguidismo militar (conducta, por cierto, de riesgo físico colectivo) constituyen la verdadera tasa de interés que el imperialismo exterior tiene a bien cobrarse por sus avales, préstamos y licencias a la inversión financiera “patria”. La llamada economía española -que no existe- no es más que la economía erigida por un anfitrión vicioso que en el apuro de costearse su vicio empeña más y más muebles de la casa, llegando incluso a entregar la propiedad sobre las estructuras básicas domésticas (agua, luz, gas, coche, etc.). Al vaciar la vivienda, el regente deviene vendedor de la casa en sí, anunciándola a un precio tanto más bajo cuanto más avanza en enajenar sus prestaciones.

Bajo todo su teatro verbal “radical”, los títeres locales neo-izquierdistas del imperialismo lo saben perfectamente: la cuestión española no reside en quién salda la deuda. La cuestión española nos remite a un “modelo de crecimiento” anti-nacional comandado por una oligarquía que ha de quebrarle las piernas al país como la más excelsa carta de presentación ante las potencias imperialistas: “Nada puedo y mi voluntad es la de la Nada”. Frente a ello, la nación carece de otra salida que encasillar a la finanza en un rol inédito de mera intermediación, conector del ahorro social (colectivo) con la inversión emprendedora (individual o grupal). Sería ésta la función inversa a la actual hegemonía de una finanza cuya actividad alienada arrambla con toda lógica y todo depósito correspondientes al ahorro social y a la inversión empresarial. La banca en España no es banca de la economía, siendo, al revés, banca que subsume a la economía. Los cínicos pretenden dar a conocer una “victoria popular” en el hecho de que la concentración bancaria de capitales en efecto le sirva a la banca para sufragar la deuda echando mano a tales arcas tenidas falazmente por “suyas”. Qué sencillo resulta complacer al citado elenco neo-izquierdista y Podemita español.