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Los mitos que murieron y los que nacieron el 1S

Hoy el pueblo de Venezuela luce como la última víctima de un gobierno autodenominado revolucionario y socialista, así como presa de bestias feroces y rapaces


Manuel Malaver

Como todo movimiento histórico fundacional, el 1S barrió en su flujo con algunos de los mitos que le dieron identidad al proceso político de los últimos 17 años, pero en el reflujo, pudo haber dejado los gérmenes de otros, de los mitos que incidirán en los sucesos que empezaron a cumplirse desde lo que, característicamente, se conoce como el “Día-D”.

Conviene, entonces, alertar y reflexionar sobre unos y otros, tal como los viajeros que, antes de iniciar una travesía peligrosa, deciden cuáles instrumentos deben portar y cuáles abandonar.

Empezando por los primeros, creo que el 1S dejó en el baúl de los recuerdos el mito de que, aquella gigantesca manifestación del 11 de abril del 2002 jamás volvería a repetirse, ni superarse y que, por sus funestos resultados, quedó como el símbolo de la invencibilidad del castrochavismo.

A contravía, el 1S, no solo igualó, sino que superó el 11-A, y dado que fue convocado en circunstancias francamente adversas para la oposición (ahora casi no hay libertad de expresión, se realizó en medio de una implacable represión contra líderes de los partidos democráticos y de los organismos gremiales que tanto hicieron por la planificación del 11-A, no queda ni el recuerdo) puede decirse que pasó a convertirse en su contrario: en el símbolo de la vencibilidad del castrochavismo.

¿Cuántos manifestantes estaban en la marcha del 11-A y cuántos en las concentraciones del 1S? No existe un cálculo preciso porque, entre cosas, ocurrieron en escenarios y tiempos diferentes, pero si tienen que medirse no por su cantidad, sino por su calidad, no por su apariencia sino por su esencia, entonces los números le sobran al 1S.

El segundo mito que desalojó el 1S del inconsciente colectivo venezolano, fue aquel de que, “los cerros jamás bajarían a manifestarse contra el chavismo” porque, supuestamente, sus habitantes vivían muy felices en sus gethos -antes con escasa comida, medicinas y seguridad, ahora sin ningunas-, y sitiados por grupos de paramilitares que llaman Colectivos y cuerpos de élite del G-2 cubano.

Pero el 1S bajaron los cerros y bajaron a incorporarse a las marchas programadas por la MUD en el Este de Caracas, en la avenidas y calles que pasan entre municipios y urbanizaciones de clase media que, por elegir autoridades democráticas, sufren las penurias de los barrios, pero en aires de libertad y democracia.

Escaparon del cerco, del estado de sitio, tal como la gente que venía del interior a Caracas a marchar, burlaba los obstáculos y trancas que se le atravesaban y seguían, y así ellos, los demócratas y opositores de los barios, se zafaban de controles y vigilancias y el 1S estaban entre los venezolanos de siempre, como venezolanos de siempre.

Fue en stricto sensu, un encuentro de toda Venezuela, una unión de todas sus clases, sexos, razas, credos y edades que pone fin a 17 años de polarización, exclusión, división y odios.

El tercer mito a derrumbarse era, igualmente, un paradigma político, el que rezaba que, si la oposición se movilizaba en un sentido medianamente preocupante hacía los eternos cuarteles de invierno del Maduro, habría violencia, choques entre los querían asaltar el palacio de Miraflores y quienes lo defenderían.

Pero no sucedió porque la Toma era de Caracas y no de Miraflores y, tal como había visto el país cuando se dieron los aplastantes resultados antigobierno de las elecciones del 6D, el aparato militar y político madurista se paralizó, se desactivó y permitió que la oposición, el electorado y la sociedad civil, en uno y otro caso, cobraran una victoria que les resultó demasiado fácil.

Por último, cayó el mito de que la oposición, y en particular la MUD, era desunida “por naturaleza” y jamás lograría la concentración, coherencia y madurez necesarias para ponerse al frente de tareas políticas complejas y culminarlas exitosamente.

Fue el desmentido más rotundo que pudo direccionar la MUD hacia el gobierno, y el resto de la oposición disidente, pues, no solo se mantuvo unida en el conjunto de las diferencias entre sus líderes y partidos, sino que, las tareas fueron gerencialmente distribuidas entre los factores, y la conclusión fue una central de energía que jamás irradió sin rumbo ni dirección, sino con una luz distribuida hacía donde su brillo fuera más potente.

La gran pregunta es: ¿dónde estuvo la clave que hizo posible la peligrosa apuesta del 1S y por qué, ¡otra vez!, el régimen, no solo se paralizó, sino que dejó fluir una corriente que en el futuro inmediato podría electrocutarlo?

Definitivamente, la crisis humanitaria en que concluyó otro intento por implementar el modelo socialista y la conversión del superestado paternalista y benefactor en una descarada y cínica cueva de ladrones, hizo lo suyo, así como también, desvelar la oferta de igualdad, justicia social y bien absolutos de los revolucionarios como una suerte de red para pescar incautos que terminan siendo los soportes de una dictadura feroz, militarista y neototalitaria.

Hoy el pueblo de Venezuela luce como la última víctima de un gobierno autodenominado revolucionario y socialista, así como presa de bestias feroces y rapaces que le quitan el pan de la boca para venderlo en cualquier tipo de mercado más rentable que la artificiosa estructura regulada de un estado ineficiente, corrupto y ladrón.

Por eso, no hay en América Latina un gobierno con más rechazo que el de Maduro, ni otro que concite más odio y abominación entre los mas necesitados que, por todos los medios, hacen esfuerzos para zafarse de semejante monstruosidad.

Típica de todos los socialismos, pero en especial de este del Siglo XXI que, intentó presentarse con rostro nuevo, y para demostrar que era cierto, hizo un pacto con valores democráticos que, aunque cada vez más disminuidos, dejaron ranuras, como la electoral, que es por donde se han filtrado las fuerzas que están destruyendo al sistema.

Pero en la paralización de las guardias pretorianas del crepúsculo madurista también debe señalarse la importancia de la Mesa de la Unidad Democrática, MUD, la cual, no solo es la organización de partidos democráticos que viene encabezando las acciones que buscan el fin del madurismo, sino produciendo las políticas que, al par de garantizar la unidad interna, le brinda a Venezuela el regalo de que el fin del ciclo de turbulencias ocurra en paz, sin apartarse de la constitución y usando la gran arma que produce los grandes cambios en las sociedades modernas y postmodernas: el voto.

En este orden, la estrategia que se puso en juego para la victoria del 1S fue irreprochable, pues se basó en el principio del “Arte de la Guerra” de Sun Tzu de derrotar al enemigo sin el uso de la violencia y empleando el menor esfuerzo posible.

No es, sin embargo, un atajo filosófico, ni un aforismo militar, sino una disposición constitucional que obliga a los partidos de la MUD, y a los que marcharon ayer, y seguirán marchando hasta que no se logre el objetivo de que, Maduro, respete la constitución y acepte someter su gestión a un referendo en que los electores decidan si le mantienen o revocan el mandato.

Despliegue de esfuerzos, de acciones y estrategias que deben cuidarse de los mitos que pueden estar germinando a raíz del 1S, de los cuales, uno de los más importante a subrayar, es que la movilización por si misma produzca resultados, si la MUD no realiza políticas dirigidas a horadar y debilitar los centros de poder, que solo pueden ser alcanzados por políticas especificas sobre aspectos concretos de la gestión de gobierno.

Otro mito que puede estar germinando, es aquel que se apoya en la tesis de que los partidos y sus líderes necesitan más soltura e independencia frente a los fórceps de la MUD y no es que, la multilateral de partidos no siga existiendo, sino que sus decisiones deben ser menos invasivas y vinculantes.

Por último, el más peligroso y corrosivo de los mitos que pueden estar incubándose: Venezuela fue gobernada en los últimos 17 años por líderes fuertes y carismáticos, por lo cual, el sentido común obligaría a mantener “la tradición”, mientras se producen políticas que la vayan liquidando o desenfatizando, cuando la experiencia de las sociedades indica más bien que se trata de ciclos, que una vez concluidos, giran hacia los liderazgos débiles, colectivos y compartidos.

Ya hay candidatos presidenciales para las primarias de unas eventuales elecciones postrrevocatorio y no es que critiquemos que los políticos piensen en el poder con más énfasis que el cuidado de su salud, sino que la política es también sentido de la oportunidad, coherencia y unidad.