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Nietzsche versus Darwin

Tamer Sarkis Fernández

La Ley del más fuerte: Ley del embudo “natural”

“Lo que no nos mata, nos hace más fuertes”. Este aforismo nietzscheano, que a primera vista parece de Darwin, da inicio a la película Conan el bárbaro. En realidad, la premisa del germano es tajantemente anti-darwinista. Darwin imagina la historia a modo de criba sucesiva padecida por las especies, incluida la humana. Ni la especie -una u otra- se auto-transmuta, ni tampoco la naturaleza la transmuta. La naturaleza, en la representación darwiniana, no pasa de ser un tamiz. No impulsa modificación; simplemente filtra.

Para Darwin, la “fortaleza” es algo que por definición existió ya a priori en algunos elementos, no importa si escasos o “excepcionales”. Todo lo que hace “la selección natural” es ir podando sucesivamente las especies, excluyendo de ellas la inadaptación. En Darwin, las variantes aptas habidas se auto-afirman, es decir, son conservadas y “trasladadas” una y otra vez hacia “la coordenada Normal de la campana poblacional distributiva”, en un proceso adaptativo sin fin que, cíclico, vuelve y vuelve a seleccionar grupos de rasgos compartidos. Cierto que la mutación tiene cabida en el esquema darwiniano. Pero ella es puro fruto del azar, del desarreglo orgánico, de radiación natural (focos, epicentros minerales), de radiaciones cósmicas influyentes (Gamma) y, hoy, añadiríamos, de radiación “social” (nuclear, tecnológica, médica, ingenieril…); la “mutación” darwiniana jamás sucede al pronunciamiento de fuerzas vivas endógenas hacia la auto-trascendencia.

Al ser el “Medio selector” la Variable independiente o activa, el proceso “evolutivo” es tanto de “normalización” y “adquisición de centralidad” por parte de aquellos Tipos diferencialmente aptos, como también un proceso de heterogeneización de Tipos en el seno de cada especie, que se ramifica y diversifica en otras tantas. En otras palabras, la diversidad de ecosistemas determina diversidad de tipos, la diversificación de estos y la escisión “de especie”. “Paralelamente”, y atendiendo al proceso desde el angulo inverso, resulta que un organismo “X” cualquiera -y, de hecho, cada elemento del conjunto- ES medio o “naturaleza” en relación a un organismo tercero “Y”. De esto último se infiere, en el fondo, una cualidad activa o determinante entrañada en el cuerpo vivo, premisa que a primera vista parece rebatir lo expuesto. Pero no hay colisión lógica: se considera, a la cualidad activa, entrañada en el cuerpo vivo reductivamente en tanto que él es fuerza alienada en la identidad total del Medio a la vez que la determinación lo es siempre hacia un tercero (“Y”) pasivo. Jamás hablamos, en Darwin, de auto-determinación, contra la teoría de Lamarck, su gran (olvidado) rival.

Mismidad: La Gran Trituradora que se digiere y auto-reproduce

Aplicado el esquema darwinista a dar cuenta de los ámbitos humanos y sus procesos, la aptitud de supervivencia y prevalencia en un medio dado choca frontalmente con todo elemento u “organismo” con potencialidad de trascender el medio trascendiéndose a sí mismo por encima de sus determinadas cualidades “propias”. Los elementos humanos sociales (institucionales, administrativos, urbanos, de partido, corporativos…) producidos/definidos por el medio, incorporados a sí por ese medio y operativos en el mismo, actúan disueltos como medio que, bien selecciona a “w” o “z” elementos terceros fluctuantes en virtud de su ajustamiento, bien descarta y excluye a otros (lo que tendencialmente significa eliminación: no-supervivencia del elemento como organismo interactuante).

Si los elementos hechos por el medio recompensan adaptativamente a un “organismo” imagen y semejanza o bien a un organismo conveniente a lo dado, nos hallamos ante una definición estructural circular: la masa instrumental-reproductiva, seleccionada y en tal medida numéricamente central, selecciona ella en calidad de medio. Y así, por recompensa adaptativa, prevalece como numéricamente central, que, imperante, dictamina la composición cualitativa de elementos en el medio.

En tal rueda por retro-alimentación, el organismo con cualidad de auto-subversión interna exportable como principio de subversión externa, jamás sobrevive, dado su inferioridad posicional estructural (condición periférica, cuando no de lata exclusión) y dado su ya explicada inferioridad numérica en el medio concreto. La condición de ser superior al medio y la condición de ser apto aparecen como cualidades antagónicas. El Tipo “mejor” no es, por definición, el Tipo “que prevalece”, y éste último se auto-realiza como superviviente gracias a su mismidad cualitativa respecto del medio, o bien gracias a una discreta auto-renuncia.

Naturalización del Imperio de lo normal y predominante

He señalado antes la naturalización del patrón darwinista (tan parcial como veraz) cuando se lo identifica tout court con la historia natural en sí. Ahora vemos que, con su salto aplicativo desde el reino “natural” a lo social y político, lo que este patrón naturaliza es aquello convenido por una generalidad y demandado por ésta. Con Spencer, con Darwin y en general con los utilitaristas ingleses, ya no se recurre a la vieja metafísica del “valor en sí”. Ahora se pasa a afirmar, con fetichismo, que aquello predeterminado -“predestinado”- a hacerse valer, a existir en realidad y persistir, es la idiosincrasia y valores del Tipo previamente seleccionado y devenido masivo. Lo predominante adquiere Carta de Naturaleza en relación a su dominio de facto.

Nietzsche niega con rotundidad todo el constructo anterior: para Nietzsche, la evolución darwinista no es más que pseudo-cambio, pues aquello que deviene “especie” estaba ya pre-determinado en los elementos, pasivos estos, “escogidos” por la mano de un Patrón de funcionalidad. A imagen del Dogma calvinista de la Predestinación, “la selección natural” entroncada en “la recompensa adaptativa” pone a suceder la historia -natural y de las especies, pero también de las civilizaciones, de los valores, de la Moral, de las clases- de un modo trágicamente estúpido para el organismo vivo, donde “la lucha por la existencia” no pasa de performance ejecutada a tenor del guión mientras brilla por su ausencia toda auto-revolución desde sí afirmada como voluntad a la altura del desafío planteado por la vida.

Nihilismo hecho ciencia

Nietzsche en ningún momento niega que tal modelo de comportamiento efectivamente exista, y ni siquiera rebate la verdad de que “la supervivencia del más apto” constituye el modelo normal (más usual) de definición orgánica inferior. Nietzsche subraya, en cambio, la bajeza científica inscrita a la pretensión darwinista de elevar a rango de Universalidad, de Naturaleza y de Ley aquello que no es más que la versión Baja (sin duda real) del curso de la vida. En rigor, lo descrito es una no-respuesta por parte del ser constituido; su radical pasividad (dependencia) y su mecánica manipulación por una especie de Voluntad natural. En Darwin, Nietzsche ve el nihilismo; el “Schopenhauer de la ciencia”.

Una nueva ciencia por la reconstitución de las Fuerzas Nobles de la vida y por su dominio en la vida

A dicha mecánica selectiva y a su fatalismo inherente (factum, hecho; fetichismo del hecho y de lo “ya” hecho), Nietzsche opone el concepto lamarckiano de “fuerza plástica” (Genealogía de la Moral, I), esto es, la aptitud orgánica para la auto-trasmutación. A su vez, Nietzsche se da cuenta de que tal concepto científico sólo hace que traducir (contrastadamente) al nivel epifenoménico de la Biología, su propia visión integral valorativa del superhombre (übermench). Junto a aquel (veraz) campo de fuerzas Bajas históricamente hegemónicas -encumbradas por Darwin y atentas al principio rector de inmutabilidad en pro de adaptarse a lo dado-, existe un campo Noble de fuerzas activas, que, si es preciso, se muestran como auto-transgresión constitutiva de aptitud de transgredir lo existente y adaptar lo existente al propio ser subvertido (des-realizando así lo “existente”). Pero, aun con ello, elaborar esta contrastación no es con hondura lo importante en Nietzsche. Ni siquiera lo es la pregunta consecuente y su respuesta afirmativa anti-relativista: “¿Es posible valorar distintiva y contrapuestamente ambas realidades, de bajeza y de nobleza?”.

Lo importante es captar el Valor nuclear de efectuar dicha valoración, tornando en una cuestión de Gran Política el invertir esta actual correlación de fuerzas al interior del tipo humano, superando al tipo en cuestión en lo que se refiere al orden jerárquico establecido entre dichas fuerzas internas y, por ende, a la particular sanción valorativa de las mismas. Esta nueva realidad subjetiva y esta nueva forma de tasarla y de nombrarla cristalizará en nuevos valores, comportamientos, relaciones y estructuras. En otros términos, producirá un orden.

Contra la conservación superviviente; por la vida

La teoría darwinista de la evolución, en tanto que sacrificio íntegro de lo disfuncional y coetánea elevación del Tipo funcional al rango de primacía cuantitativa de existencia, no es más que justificación y santificación de lo existente, sea lo que fuere, en tanto que ya previamente existente. Y, por lo mismo, en el plano cualitativo es la función el elemento real colocado sobre el vértice de la jerarquía. A esto opone Nietzsche que, inextricable a no ser “asesinado” por la vida, es ser (auto)impulsado a cambio fortalecedor. “Muerte” y “conservación” conformaban una falsa antinomia darwinista, por lo mismo que “supervivencia” y “conservación” conforman una falsa díada. Pues “lo que no nos mata, nos hace más fuertes”. De la auto-trascendencia -de la fortaleza auto-generada- negando resueltamente la narcisista y fatalista Imagen (Eidolon) de premio natural a una “fortaleza” metafísica, nos habla Conan el bárbaro.

El autor es Vicedirector del Diario La Unidad